¿No matarás o no matarás sin razón?

Es habitual leer en la prensa, ligado a las noticias relacionadas con los ataques del Estado Islámico, cómo la ideología del terrorismo islamista ha manipulado el concepto  de ŷihād. El celo por difundir y defender el islam ha sufrido diferentes modificaciones a lo largo de la historia. Los juristas clásicos medievales transformaron en obligación colectiva lo que originalmente era una obligación individual del musulmán legitimando la guerra santa. La última metamorfosis la han hecho el fundamentalismo y la Modernidad. El primero, gracias a la globalización y a la transgresión de una de las normas clásicas (la de la legítima defensa en caso de invasión enemiga, combatir contra los invasores cercanos y contra los que combaten a los musulmanes), ha borrado las fronteras y ha convertido en enemigos próximos del islam a todos los habitantes del globo. El «combatid por Dios contra quienes combatan contra vosotros, pero no os excedáis. Dios no ama a los que se exceden» (C 2, 190) ha mutado de nuevo en obligación individual. La Modernidad, al ponerle delante una vez más el pensamiento y la cultura de los pueblos de raíces cristianas, ha hecho al ŷihād políticamente ilegítimo y éticamente intolerable para un gran número de musulmanes.

Basta con echar una ojeada al pasado y otra al presente para comprobar que la tradición islámica ha transmutado muchas veces en abominación y que lo sigue haciendo. El «no os excedáis» se ha concretado en decapitación y esclavitud la mayoría de las veces y, muy pocas, en perdón, ¿por qué? Los musulmanes no fundamentalistas, sin negar la licitud del ŷihād, tienen una respuesta: señalan la manipulación que el fundamentalismo hace de él. Pero hay otra respuesta en lo más genuino del islam, en su Libro y en su Profeta, que conviene tener en cuenta. El Corán no se refiere explícitamente al Decálogo y en su versión incompleta de él (C17, 22-33) únicamente prohíbe matar sin razón (17, 33). La Biblia no hace excepciones en su prohibición de matar. Jesús, reivindicando para sí mismo la autoridad de Dios, fuente de la Ley, ofrece una novedad a la humanidad de todos los tiempos cuando plenifica el quinto mandamiento con el amor de Dios: no solo ordena no matar sino amar a los enemigos. La vida del Profeta del islam abunda en escaramuzas, ataques y asaltos a las tribus enemigas y a las caravanas que se aproximaban a Medina. Su proceder fue y es la ortopraxis para fundamentar el ŷihād. Lo más próximo al amor fraterno de la palabra divina que transmitió es la prescripción (C 5, 32) que afirma que quien matara a una persona que no hubiera matado a nadie es como si hubiera matado a toda la humanidad...

¿Quién supera a quién? ¿El amor a los enemigos o el juicio que merece el que mata al que no ha matado a nadie? La respuesta es incuestionable, pero, aún así, que el lector decida. Algunos periódicos anuncian que el fin del EI está próximo. Pocas noticias habría mejores, pero la buena nueva insuperable, verdadero antídoto de futuros ISIS, sería el trueque del «no os excedáis» en «amad a vuestros enemigos». Cada hombre lleva inscrito en su corazón el quinto mandamiento como expresión del amor divino, y Dios, que lleva todo lo que quiere a la existencia con su sola palabra (C 16, 40), puede reavivar las cenizas del amor a los enemigos en cada uno. ¡Es la Buena Nueva que esperamos!

 
Comentarios
Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato