La falta de consenso sobre la legitimación del poder en el islam: sunnitas y chiitas

La falta de consenso sobre las condiciones para ser el sucesor legítimo de Mahoma, que murió sin dejar nada dispuesto acerca de su sucesión, afectó irremediablemente la vida de la comunidad musulmana. Escindió el islam en los dos grupos actuales, sunnitas y chiitas. Su lucha por restablecer el gobierno legítimo es una constante en la historia del islam que sigue repitiéndose catorce siglos después.

Las opiniones sobre las condiciones del sucesor de Mahoma, en árabe califa, se resumen en dos, vinculadas al linaje del candidato: ser un miembro de su clan tribal o tener lazos de sangre con él. En treinta años, se sucedieron cuatro califas. Sobre los tres primeros (Abu Bakr, Omar y Othmán) hubo un acuerdo endeble, cimentado en los vínculos familiares y tribales (dos eran sus suegros y uno, su yerno, y eran del mismo clan); acuerdo siempre dinamitado por los partidarios del cuarto sucesor (Alí), primo, yerno y continuador de su linaje al ser el padre de sus dos nietos. Salvo en un caso, el asesinato del califa provocó la sucesión. El desacuerdo sobre la elección del cuarto, apoyada por los asesinos del tercero, desembocó, una vez más, en el asesinato realizado por un bando disidente de sus propios partidarios. El resto de la facción fiel a Alí (la chia), no admitió la legitimidad del quinto califa y se separó de la comunidad siguiendo su propio camino, el islam chiita. El grupo mayoritario, los partidarios del quinto, formaron el islam sunnita.

El chiismo arraigó en Irán, Irak, Siria y Líbano y, algunos feudos satélites, como el Yemen. Representa el 10 % del islam total e internamente está fragmentado. Jariyíes, ibadíes, zaydíes, drusos, búyidas, nusayríes e ismaelíes, fraccionados en septimanos y duodecimanos. La sunna arraigó en el resto del territorio y Arabia Saudí es su principal baluarte. Representa el 90 % del islam total.

Sunnitas y chiitas entienden el islam de dos formas diferentes sintetizadas en cuatro rasgos: el imamato frente al califato, la interpretación del Corán, la formulación de la Ley y la escatología. El chiismo, que no reconoce el califato, ve en el imán o guía, descendiente de Alí, al dirigente máximo en el que se unen la herencia temporal y espiritual del profeta. Admite dos sentidos del texto coránico, uno evidente, el literal, y otro alegórico -el interior- que hay que descubrir. La Ley se basa en los relatos de los imanes que narran las enseñanzas de Mahoma. Uno de ellos, el séptimo o el duodécimo, se ocultó hace varios siglos y volverá al final del tiempo como mahdí para restaurar la justicia y la verdad. A pesar de su tensión escatológica, tiene una vocación reivindicativa del poder en la que cabe la lucha armada. La sunna, el califato legítimo, es la heredera temporal del profeta y custodia el islam verdadero purificado de todo elemento extraño. El libro sagrado sólo admite la interpretación literal porque el sentido oculto sólo lo conoce Dios. La Ley se centra en la conducta (sunna) de Mahoma recopilada en los relatos sobre sus enseñanzas que explicitan y precisan el texto del Corán. Cree en el final de los tiempos, en el Juicio y en la vida eterna, pero no en la venida de un mesías restaurador. Más legalista y recelosa de la capacidad de la razón para interpretar la revelación, encaja mejor con los presupuestos del fundamentalismo.

Contrariamente a los hechos, la visión islámica del mundo sostiene la existencia del consenso. Lo presenta como un valor «democrático» anterior a la Democracia. Este consenso nació con una enfermedad congénita: la carencia de un órgano que lo expresara, definiera e impusiera. El islam no desarrolló un magisterio similar al de la Iglesia ni una autoridad semejante a la del papado. La ausencia de espíritu crítico sobre el contenido de la revelación, que saque a la luz lo erróneo para que resplandezca la verdad, es otro de sus elementos constitutivos. Todas las opiniones son válidas y pueden pugnar por la legitimidad del poder.

 
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