La Universidad Islámica virtual y otras universidades

La apertura de la primera universidad islámica con sede física en España, en el centro cultural islámico de San Sebastián, cuyas clases serán virtuales, ha suscitado cierto desacuerdo entre la información procedente del Ministerio de Defensa y la del periodismo de investigación. El Instituto de Estudios Estratégicos describe a su Decano como un firme defensor de la implantación de la ley islámica, mientras que el autor de La España de Alá, I. Cembrero, afirma que los dirigentes de esta universidad defienden un islam pacífico y que su objetivo es hacer frente al radicalismo desde la universidad. Dar a conocer el islam oficial a los jóvenes musulmanes evitará que caigan en la radicalización.

Es natural que el Decano de la Universidad defienda la implantación de la sharia, pues de lo contrario, no sería un musulmán ortodoxo. El movimiento espiritual que lidera en Marruecos condena la violencia, pero no deja de tener un fuerte componente político que propugna el establecimiento de un Estado islámico dentro del califato global al que se llegaría a través del activismo social y de la educación.

El rechazo a la violencia no redime sus planteamientos ni la pretensión del califato es lo más grave. Hay una cuestión más lacerante: la educación. La web de la universidad ofrece un Máster y un Doctorado con las siguientes asignaturas: El noble Corán y sus ciencias, La tradición del Profeta y sus ciencias, Los principios de la religión y El Derecho y sus principios. Estas cuatro disciplinas expresan «la universalidad» del saber islámico, su concepción del universo, que es lo está contenido en la idea de Universidad. Son sus ciencias tradicionales y son las diferentes partes del todo islámico.

Un todo en el que no tienen cabida las ciencias exteriores como la aritmética, la astronomía, la geometría o la música, como sucedía en la enseñanza antigua y medieval, que las consideraba aspectos diferentes del mismo universo porque estaban unidas entre sí por su relación con la divinidad. El islam aprobó el trivium, pero suspendió el quadrivium. La universidad islámica no imparte filosofía, literatura o historia islámicas.

Parece que no son islámicas y que es nuestro conocimiento el que las califica de tales. Es comprensible que no se estudie a Tomás de Aquino, Escoto, Pascal, Kierkegaard, Husserl, Wittgenstein, Cervantes, Shakespeare o Goethe, pero se esperaría que se estudiara a al-Farabi, Avicena, Algacel, Averroes, Abu Nuwas, Ibn al-Rumi o al-Mutanabbi, por citar sólo y, pobremente, filósofos y literatos. J. M. Pemán respondía a sus lectores cuando le preguntaban que él qué era en realidad, si periodista, poeta, orador o humorista: «Yo no aspiro a ser poeta, u orador, o humorista. Aspiro a ser "hombre"; o si queréis mejor, "humanista"... Odio el encogimiento espiritual de ese niño pálido, hijo de un catedrático, que cuando, a los seis años le preguntaban: "Nene, ¿tú qué quieres ser?", contestaba con voz aflautada: "Egiptólogo"... Me horroriza lo que ha de ser dentro de poco este mundo de egiptólogos y otorrinolaringólogos. ¿Cómo van a poderse entender, el día de mañana, un señor que no sabe más que de "glándulas endocrinas" y otro que sólo entiende de "primitivos flamencos"?».

El Corán es la fuente de todo conocimiento en un universo que desestima el estudio de otras disciplinas. El resultado de centrarse en la especialización en un área y despreciar las otras disciplinas para formar hombres, puede comprobarlo el islam en la sociedad española.

Pero aún hay algo más doloroso, considerar que educar en la fe es únicamente transmitir una serie de conocimientos. En nuestra sociedad abundan los centros de enseñanza cristianos mientras que el número de creyentes decae. El conocimiento de la fe es necesario, pero no transforma la vida humana. Ammar al-Basri, escritor cristiano de la Basora del s. IX, consideraba que el hecho de que unos pescadores analfabetos hubieran sido capaces de difundir el cristianismo era una prueba irrefutable de su verdad. Recogía el testigo de San Efrén, que en el s. IV ensalzaba a los rudos galileos que convirtieron en sus discípulos a sabios porque vieron una luz que confundía a los doctores de la ley. Esa luz es la que ilumina la universalidad del saber, transmite la fe, pacifica al violento, saca al espíritu de la estrechez de los horizontes propios de cada uno y hace que una universidad sea real y no virtual, sea cual sea su confesión religiosa.


 
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