Muyahidines: ¿Suicidas, mártires o caídos en el combate por la causa de Dios?

No hay creencia más difundida acerca de los musulmanes que la que afirma que los que mueren por Dios irán al Paraíso donde disfrutarán eternamente de bellas vírgenes de grandes ojos. Tampoco hay noticia más frecuente que la de los combatientes que se inmolan en su lucha por extender el dominio del Estado Islámico. El lunes de la pasada semana, Saad Mohamed al-Turkistaní saltó por los aires en la ciudad iraquí de Faluya en un ataque.

A pesar de la poca claridad del «no os matéis entre vosotros» del Corán (4, 29), este versículo se ha interpretado como la condena del suicidio. Apoyado por los hadices, que presentan a Mahoma negándose a rezar sobre el cadáver de un suicida o advirtiendo que semejante cadáver ha de ser quemado hasta reducirlo a cenizas, parece que el suicido no encuentra justificación ni en el Libro ni en la tradición.

En un contexto escatológico, el Corán denomina testigos (shuhada) a los que por creer en Dios y en sus enviados recibirán una recompensa y no el fuego de la gehena que merecen los que no creen. Algunos comentaristas del Corán, por influencia de la literatura cristiana siriaca, identificaron el árabe shahid (testigo) con el siriaco sahda, que sonaba muy similar, y que traducía el griego mártir, el testigo de Cristo que da su vida por Él. Al-Tabari, máxima autoridad en materia coránica, añadió en el siglo X que los shuhada eran aquellos que combatían por Dios. Otros comentaristas ponderaron los versículos que hablan de la recompensa de los que luchan por Dios y caen en la batalla: Dios comprará su vida y su salvación a cambio del Paraíso y serán los privilegiados de entre los creyentes. Esta distinción medieval entre mártir y caído en la batalla se simplificó durante las rebeliones contra el colonialismo europeo en la figura del mártir en el islam sunnita que había militarizado el yihad. Adquirió otro rasgo en las obras y la trayectoria vital de los fundadores del fundamentalismo, entregar violentamente la vida por el islam.

«Los que teman a Dios estarán entre jardines y fuentes, vestidos de satén y de brocado […] Y les daremos por esposas a huríes de grandes ojos. […] No gustarán allí otra muerte que la primera y él les preservará del castigo de fuego de la gehena» (44, 51-57). La exégesis musulmana explicó con una pirueta filológica que una hurí era una virgen del Paraíso. Los hadices unieron a las doncellas y a los mártires en el Jardín celestial. Avicena (siglos X-XI) defendió el sensual Paraíso musulmán frente al espiritual cristiano diciendo que era el que los aguerridos guerreros musulmanes podían entender. En el año 2000, el orientalista alemán Ch. Luxenberg deshizo la pirueta musulmana con su provocativa teoría del sustrato siriaco-cristiano del Corán. Si «les daremos por esposas a huríes de grandes de ojos» se lee en siriaco, entonces Dios «hará descansar a los musulmanes bajo racimos de uvas blancas» en lugar de desposarles con doncellas. Así descansarán los monjes que lleguen al Paraíso en los himnos cristianos del contexto literario donde nació el Corán como imagen del banquete escatológico.

Descartado el suicidio, los combatientes son mártires caídos en la lucha. Es evidente su posición privilegiada y su valiosa recompensa expresada en la imagen de las huríes. La historia del islam está salpicada de mártires que mueren por su causa arrastrando tras de sí vidas inocentes. La del cristianismo está adornada con los mártires que entregan su vida por fidelidad a Cristo. Tienen la certeza de que Él la entregó primero por todos los hombres. Los mártires musulmanes tienen la certeza de que Mahoma ni siquiera murió por uno de ellos. Una reflexión acerca del valor humano del mensaje de su Libro y de su Profeta, junto con un análisis histórico-filológico, cambiaría el significado de determinadas palabras.

 
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