Mahoma, profeta

La Historia de las religiones suele calificar a Mahoma, como profeta, y, por eso, habitualmente le llamamos El profeta del islam o únicamente El Profeta. Así se recoge uno de los rasgos de la personalidad de Mahoma propio de la religión islámica, el de profeta. Para los musulmanes, los profetas son hombres elegidos y guiados por Dios con un mensaje divino que transmitir y a los que los hombres deben obedecer sin reservas. Como escogidos por Dios, poseen virtudes morales que les hacen inmunes al pecado. Cada uno es enviado a una nación cuando la corrupción moral ha llegado al límite. Mahoma es el eslabón final en la cadena de profetas. Su misión principal fue proclamar el derecho único de Dios a recibir culto y adoración por encima de cualquier idolatría y conseguir con ello que la religión de Dios, el islam, prevaleciera sobre las demás. Aunque fue sólo profeta de los árabes, esta intención de imponerse al resto de religiones, dio a su misión una vocación universal que superó los meros lazos étnicos.

En cuanto a la piedad popular, el Profeta es venerado sinceramente y es el núcleo de la identidad comunitaria musulmana. Chiitas y sunnitas, tantas veces en desacuerdo, coinciden en aclamarlo como profeta. Se ruega a Dios por él en las cinco oraciones diarias, para que envíe sobre él y sobre su casa la misericordia, y, siempre que se pronuncia su nombre, se acompaña con una jaculatoria piadosa: «¡Dios le bendiga y le salve!». Su persona generó una popularísima literatura piadosa que ensalza sus virtudes, su piedad y sus milagros, y, a partir del siglo IX, las obras de los teólogos musulmanes le consagraron como modelo de perfección además de concederle la infalibilidad de juicio. El sufismo, al considerar que la creación refleja los atributos de Dios y que el hombre es el culmen de la creación, porque es la única criatura capaz de reflejar el principal atributo de Dios, su unidad, honra a Mahoma como el hombre perfecto por excelencia, como el summum del reflejo sin defecto de Dios. Los profetas anteriores reflejaron un solo atributo divino, Abrahán su misericordia o Moisés su poder, pero Mahoma reunió en una sola persona las cualidades de todos los demás.

Algunos historiadores dan poco valor histórico a los textos musulmanes que narran la vida de Mahoma. El dilema que supone escribir su biografía, lo expresó a la perfección H. Motzki en el año 2000, cuando decía que era imposible hacer una biografía histórica del Profeta sin separar lo histórico de lo que no lo era, y, que si se separaba, era imposible escribir semejante biografía. Los textos musulmanes que narran la vida de Mahoma son lo que nosotros consideraríamos o bien textos piadosos o bien  textos apologéticos. La Literatura cuenta una verdad de un modo diferente a como lo hace la Historia. Los textos hagiográficos, interesados en provocar en el lector la imitación del modelo que presentan, ilustran sus argumentos con hechos que, a veces, no son históricos. No les interesa mostrar la Historia sino edificar al lector. Los apologéticos, preocupados por rebatir una acusación, emplean todos sus conocimientos, también las noticias que no han comprobado históricamente, con ese fin. En el caso de Mahoma, los primeros pretenden destacar su religiosidad; y los segundos, rebatir los argumentos de judíos y cristianos en contra del Profeta.

Un cristiano no puede reconocer al fundador del islam como profeta verdadero sin violentar su propia fe. Por otro lado, parte de su mensaje ya se encontraba en el cristianismo. Pero, Mahoma en su sociedad y en su época, señaló con agudeza que tanto  judíos como cristianos estaban perdiendo el sentido de la supremacía de Dios. Los musulmanes, con su profeta, no adoran más que a Dios y esperan todo de Él. Un recordatorio que nos conviene refrescar aunque sea en labios del profeta del islam y que no ha perdido su vigencia.


 
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