Dibujar a Mahoma es arriesgado

Toda caricatura soporta una carga de ridiculización y todo crimen es condenable. En la representación figurativa de Mahoma, desembocan tres elementos ajenos a la mentalidad artística occidental que pueden contribuir a explicar lo inexplicable: el aniconismo del arte islámico, la escasa tradición iconográfica del enviado de Dios y la comprensión islámica de la veneración cristiana de las imágenes como culto idólatra.

El Corán censura el culto a los ídolos a los que identifica con estatuas y pinturas, pero no la representación artística. El arte islámico desarrolló una animadversión hacia la representación figurativa probablemente influido por la actitud iconoclasta del vecino Bizancio. La representación de hombres y animales quedó restringida al ámbito profano y fue excluida del religioso. Esta actitud encontró justificación a posteriori en las enseñanzas del profeta, que censuraban la actividad de los pintores, incapaces el día de la resurrección de dar vida a sus obras, y en un versículo coránico (59, 24) que nombra al Creador como el que da forma, el Formador o musawwir, y después, da vida. Este término significa también pintor, ilustrador y dibujante. El pintor usurpa una acción exclusiva del Creador, plasmar imágenes, y la obra de sus manos pasa a ser un ídolo. El rechazo inicial a la idolatría se transformó en rechazo a la representación figurativa.

El cristianismo no cuenta con textos revelados que describan físicamente a Jesús, pero desde su origen elaboró una minuciosa iconografía de Cristo. Cualquier cristiano es capaz de identificarle y de reconocer los principales hechos de la Redención. La literatura sagrada islámica retrata detalladamente el aspecto físico de Mahoma: calcula su estatura, dibuja su belleza (el color de su pelo, de su barba, de sus ojos y de sus dientes), perfila los músculos y la distribución del vello de su cuerpo, traza sus andares, su sonrisa, su olor fragante y hasta el color de sus vestidos. La iconografía que representa escenas de su vida, iluminó libros a partir del siglo XIV entre persas, turcos e iraníes. La tendencia estilística mayoritaria es evitar representar sus rasgos faciales: su rostro aparece velado, es un hueco en blanco o es sustituido por una llamarada. Es imposible idolatrar a un enviado de Dios que no tiene rostro.

La simplicidad dogmática del Corán, la omnipotencia y la unicidad de Dios, y el que la palabra divina se hiciera Escritura, hicieron innecesario visualizar a un Dios que, al no tener rostro de hombre, es pura abstracción y sólo admite la representación geométrica o caligráfica. El sonido y la forma de las palabras divinas son el único atractivo estético del Libro. La caligrafía artística tapiza los muros de las mezquitas de versículos del Corán: las letras son el rostro de Dios.

Mahoma y Jesús no son equiparables debido al papel que cada uno representa. Mahoma no es el rostro islámico de Dios, es su mensajero. El islam evita representar sus facciones. En Cristo, el cristianismo se ha familiarizado con el rostro divino y con su representación iconográfica. El califa Yazid II decretó en el 721 la destrucción de las imágenes cristianas. Según un tratado musulmán anónimo (s. IX), los cristianos se postraban ante iconos vacíos de significado que solo eran trozos de piedra o de madera. Su veneración era iconolatría. Los cristianos de Edesa, la actual Sanliurfa en el sudeste turco, dejaron de venerar el icono del rostro de Cristo. Abu Qurra, obispo de la cercana Jarán, escribió un tratado en defensa de la veneración de su imagen: ésta proclamaba acerca de Cristo lo que el Corán negaba, la realidad de su corporeidad y de su Encarnación. No es osado pintar el rostro de quien sí lo tiene, pero sí lo es dibujarlo de quien se ha evitado hacerlo, aunque uno sea Dios y el otro no.

 
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