¿Demuestra la antigüedad de los manuscritos del Corán la verdad de su mensaje?

La noticia del descubrimiento de dos antiguas hojas de pergamino con versículos del Corán en caligrafía hiyazí ha saltado hace una semana a los medios de comunicación. Se encontraban encuadernadas por error en un códice de la colección Mingana de la Universidad de Birmingham. El método del radiocarbono ha fechado el pergamino con una gran exactitud, del 95,4%, entre los años 568 y 645. El imán de la mezquita central de la ciudad inglesa, Muhammad Afzal, manifestaba en la web de El Mundo cómo se emocionó con lágrimas de alegría al ver estos folios.

El profesor D. Thomas explica en la web de la citada Universidad que este descubrimiento demuestra tanto la antigüedad del texto coránico como su inalterabilidad. Los folios retrasarían la fecha de los documentos conocidos más antiguos del Corán hasta la primera mitad del siglo VII (hasta la semana pasada, los  más antiguos conocidos eran de finales de este mismo siglo) y serían casi contemporáneos a la revelación del mensaje coránico: se considera que Mahoma predicó entre los años 610 y 632. El mensaje divino, registrado primeramente por escrito sobre materiales sueltos, como hojas de palmera u omoplatos de camello, se recopiló en un códice (cuadernos de hojas unidas entre sí) en la época del primer califa, Abu Bakr. En el 650, bajo el gobierno de Othmán, se completó, se fijó y se dio forma final autoritativa al texto coránico. Los musulmanes creen que el Corán que recitan hoy es el mismo texto estandarizado bajo Othmán y que es el registro exacto de las revelaciones que recibió el Profeta. Muhammad Isa Waley, conservador de los manuscritos de la biblioteca, expresa la alegría que esta noticia produce en los corazones musulmanes al abrir la posibilidad de que la redacción uthmaniana se produjera antes de lo pensado y al contemplar la belleza  de la caligrafía hiyazí.

Los arabistas occidentales emprendieron hace un siglo la tarea de establecer una edición crítica del Corán que tuviera en cuenta su contexto histórico, arqueológico, filológico y litúrgico, y que comparara el contenido de los diferentes manuscritos con el fin de conocer  la historia de su formación. La investigación sobre el Corán es, en el fondo, poco científica, porque el texto actual se basa exclusivamente en la edición que publicó en 1924 el gobierno egipcio. Responde a una de las siete lecturas posibles del texto uthmaniano, escrito originalmente con una caligrafía (como la denominada hiyazí) en la que las consonantes carecen de puntos que las distingan, por lo que un mismo signo puede representar varios sonidos. Tampoco tiene vocales. Sólo quien conozca el texto de memoria puede leerlo porque la escritura es una mera ayuda mnemotécnica. Esta circunstancia también ha dividido a los arabistas en dos tendencias: una, coincidente con la postura musulmana, que considera que el Libro quedó completamente constituido durante la vida de Mahoma; y otra, que considera que es una elaboración progresiva establecida como Escritura canónica dos siglos después de la muerte del Profeta.

La antigüedad de un manuscrito no garantiza la autenticidad de su contenido. Aristóteles vivió en el siglo IV a. C. y los manuscritos más antiguos que conservamos de sus enseñanzas son del IX d. C. El  radiocarbono fecha el soporte sobre el que se escribe, el pergamino, pero no el texto. La oveja de la que procede el de Birmingham pudo vivir en el 645, pero la escritura que soporta puede ser posterior. Hacer en el siglo XXI un grafiti en un muro de una iglesia románica del XI no implica que la caligrafía sea románica. F. Déroche, experto en caligrafía árabe, data la hiyazí a finales del s. VII sin poder precisar más debido al estado embrionario de los estudios sobre paleografía árabe. Para los sabios musulmanes, la antigüedad del texto coránico, su contenido inmutable y la inimitabilidad de su lengua son las pruebas irrefutables de su verdad divina. Sin embargo, la verdad de la fe no puede basarse en la antigüedad revisable de un documento a medida que avanza la ciencia. J. Ratzinger, teólogo, profesor y erudito, reflexionaba a la muerte de su madre con estas palabras: «No sabría señalar una prueba de la verdad de la fe más convincente que la sincera y franca humanidad que esta hizo madurar en mis padres y en otras muchas personas que he tenido ocasión de encontrar», palabras que hacen brotar lágrimas jubilosas en los corazones de quienes contemplan la Palabra hecha carne que madura semejante humanidad. La Palabra hecha Libro, aunque éste tenga la escritura más bella, la hiyazí, todavía no la ha hecho madurar así.

 
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