Uniones homosexuales

Para limpiar un acuario es necesario cambiar el agua poco a poco. Cada semana hay que renovar un tercio del contenido. Los peces no aguantarían un cambio tan drástico de su ambiente. Hay que hacerlo poco a poco, hasta que a los 21 días no queda ni rastro del agua por el que los peces nadaban a sus anchas. Algo así nos ha pasado a nosotros. Cuando hace unos años se hablaba a todos nos resultaba chocante. Al tiempo, cuando Zapatero reguló el matrimonio homosexual, eran unos cuantos los que se echaron las manos a la cabeza. Ahora, cuando Francia y Gran Bretaña acaban de hacer lo mismo en sus países, nos parece que llegan tarde en el reconocimiento pleno de los derechos.

Pero, ¿la Iglesia tiene que decir algo en este asunto? La doctrina católica sobre la homosexualidad es clarísima. Como base hay que tener presente dos premisas: la primera es que la Iglesia es depositaria de una fe que ilumina toda la realidad. Sí, tiene derecho a opinar de estas cosas; y no, no tiene el poder de cambiar este depósito según sean los vientos. La segunda es que la Iglesia rechaza los actos, no a las personas.

Aplicando estas premisas al tema de la homosexualidad, la Iglesia discierne según criterios que van más allá de la veleta de turno. Y tiene gran amor hacia las personas. Tal como dice el Catecismo, las personas homosexuales "deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta" (nº 2358). Pero esto no quiere decir que apoye el matrimonio homosexual.

Pero cada uno escucha lo que quiere, y manipula lo que le apetece. Es lo que pasó cuando se pregonó a los cuatros vientos que el Papa retiraba el buey y la mula. Es lo que le ha pasado al que llaman "ministro" de la familia del Vaticano, el arzobispo Vincenzo Paglia. El pasado lunes afirmó la doctrina de la Iglesia expresada en el Catecismo sobre las personas homosexuales, y muchos han cogido las palabras y le han dado la vuelta, como si la Iglesia estuviera apoyando al fin el matrimonio entre personas del mismo sexo.

Goebbels, padre de la propaganda nazi, daba la clave: una mentira mil veces repetida se convierte en verdad. Y así, poco a poco, se puede ir cambiando el agua de nuestro ambiente, de forma que lo que ayer nos resultaba extraño, hoy nos parece lo más normal del mundo.

 
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