Olor a oveja

"Una Iglesia que no sale, a la corta o a la larga, se enferma", escribía el Papa Francisco a los obispos argentinos, reunidos en Asamblea Plenaria. En la Misa Crismal pidió a los sacerdotes que fueran pastores que huelan a oveja. Son múltiples las alusiones del Papa a la necesidad de ir al encuentro de los hombres. Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña. Gran sabiduría la del proverbio.

Son muchas las iniciativas eclesiales que asumen el reto. Una de ellas –no la única, ni mucho menos- es la del Camino Neocatecumenal, que a lo largo de cinco domingos está llevando la fe a la plaza pública, de forma literal. Niños con instrumentos, jóvenes contentos, ancianos en sus sillas. Todo un pueblo, que sale a llevar el Evangelio a los confines del mundo, que en este caso, se concentran en su barrio. Con sencillez cuentan a la gente que la fe no es un salto al vacío, ni algo impuesto y aprendido. Muestran con su testimonio que en su vida ha habido un antes y un después, que han experimentado la vida eterna.

Se me pone el pelo de punta cuando pienso en la universalidad de la Iglesia. En inglés, francés, italiano... A la vez en todo el mundo, se está anunciando el Evangelio. Y lo del Camino es solo un ejemplo. Cuántas realidades eclesiales se han puesto las pilas en este Año de la Fe. Cuántas personas están conociendo a Cristo.

El problema es que cuando uno sale a la calle, se expone a las críticas. De fuera –que se lo pregunten a las comunidades que evangelizan en Vallecas, donde los silbatos de la gente intentan acallarles-, y de dentro de la Iglesia. En estas semanas he podido leer comentarios de todo tipo, especialmente de gente cristiana que tiene reparo en salir de la sacristía. ¿Acaso no dice el Señor "Quien no está contra nosotros, está con nosotros"? (Mc 9, 40). ¿No nos damos cuenta que viajamos en un mismo barco, el de la Iglesia? Todos los esfuerzos de las parroquias, suman, no restan. Trabajamos todos por un mismo fin. ¿Por qué tirarnos piedras contra nuestro tejado? Cada uno a su estilo, fieles a una misma fe.

"Es verdad también que a una Iglesia que sale le puede pasar lo que a cualquier persona que sale a la calle: tener un accidente. Ante esta alternativa, les quiero decir francamente que prefiero mil veces una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma", escribe el Papa en la carta ya citada. Sobran las palabras.

 
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