Cristianos y judíos: música para la unión

El domingo 23 de junio la orquesta del Camino Neocatecumenal interpretó la sinfonía dedicada al sufrimiento de los inocentes, que le ha llevado desde Nueva York y Chicago a Jerusalén, Madrid o Dusseldorf. Pero esta vez fue algo más especial, si cabe. Esta sinfonía, que expresa el sufrimiento de los que no tienen culpa y asumen los pecados de los demás sobre ellos, se hizo carne ayer en uno de los centros del horror de la tierra: Auschwitz-Birkenau. En la Puerta de la Muerte, de lleno. Y no estaban solos: 6 cardenales, más de 50 obispos, 30 rabinos y numerosas personalidades del mundo católico y hebreo. Unas 12.000 personas. Un momento inaudito de acercamiento entre judíos y cristianos.

El Papa Francisco, informa La Razón, envió un mensaje de apoyo en el que expresaba la esperanza de que esta iniciativa "tenga muchos fruto y refuerce los lazos entre cristianos y hebreos". Y no parece que las expectativas hayan sido defraudadas. El rabino David Rosen, responsable de la relación entre el pueblo hebreo y la Santa Sede señaló en el acto que esta música lleva a "la comprensión del sufrimiento" y la "reconciliación de los dos pueblos". "Es significativo –añadió– que los cristianos nos tributen este homenaje y entiendan nuestro sufrimiento".

La música es importante, pero no va sola. No se trata de un acto cultural, sino celebrativo: va acompañada de la Palabra de Dios, que se proclama antes de la interpretación musical. La música consigue penetrar esta Palabra de Dios en los tejidos internos, más allá de las palabras. Y llega a todos: los judíos quedan sorprendidos de que los católicos les entiendan y les quieran; los católicos homenajean a sus "hermanos mayores".

Y la orquesta es, cuanto menos, singular. No se trata solamente de buenos músicos que se han aprendido una partitura, sino que se mueven unidos por una misma oración. Todos los intérpretes tienen una vida de fe, marcada en muchos casos, por el misterio del sufrimiento de los inocentes. Gran misterio, que se muestra en el resultado de la obra. No importa tanto la perfección técnica, sino el alma. Y qué alma.

"Algunos dicen que después del horror de Auschwitz no es posible creer en Dios", afirma Kiko Arguello, compositor de la obra, en la monición previa. Pero ayer quedó claro que tanto para los judíos como para los cristianos, el dolor no tiene la última palabra.

 
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