12-S en respuesta al 11-S. El Discurso de Ratisbona de Benedicto XVI

Benedicto XVI el día de su elección como Papa.
Benedicto XVI el día de su elección como Papa.

Una fecha emblemática. El 12 de septiembre de 2006 Benedicto XVI pronunció en Ratisbona un famoso discurso, que supone una respuesta al 11-S de 2001, cuando dos aviones se estrellaron contra las neoyorquinas Torres Gemelas. A pesar de las reacciones, el tema de esta Vorlesung no era el islam, sino la importancia de la razón en el cristianismo y en las demás religiones.

«Las opciones fundamentales –decía ahí– que atañen precisamente a la relación entre la fe y la búsqueda de la razón humana forman parte de la misma fe, y son un desarrollo acorde con su propia naturaleza». La fe, la razón y el amor han constituido tres elementos nucleares y estructurantes –tres pilares– del pensamiento de Joseph Ratzinger. Razón y relación, verdad y amor, logos y dia-logos nos remiten a su vez a la «Razón creadora», al Logos que existía «en el principio» (Jn 1,1) y creó por amor.

Logos, verdad y amor están por tanto íntimamente unidos desde el origen. Se da una alianza entre lo divino y lo humano: al hacerse el Verbo carne (cf. Jn 1,14), ha querido asumir todo lo humano, también la razón. Para recordar este importante discurso, se edita ahora con contexto y comentarios en Razón, islam y cristianismo. Los discursos de Ratisbona y La Sapienza (Rialp, Madrid 2023).

La cuestión estaba ya planteada antes y el tema enunciado: una razón que debe estar en íntima unión con la fe, pues ambas proceden y se remiten en última instancia al Logos y al Espíritu.

Esta armonía y complementariedad entre fe y razón era ya una constante en el pensamiento del teólogo Joseph Ratzinger. Con el título Fe, razón y universidad. Recuerdos y reflexiones, ya como papa Benedicto XVI resumía su propia experiencia como intelectual y profesor universitario, y se remontaba a su primera cátedra obtenida en Bonn, cuando en 1959 impartió la citada conferencia en la fiesta de santo Tomás titulada El Dios de la fe y el Dios de los filósofos.

Al hilo de estos recuerdos, recordaba ahora el papa alemán la profunda relación entre fe y razón –teología y universidad–, al evocar que dicha institución académica, a pesar de los comentarios críticos y escépticos que algunos colegas podrían formular: «se sentía orgullosa de sus dos facultades de teología.

Estaba claro que también estas, al interrogarse sobre la racionabilidad de la fe, realizan un trabajo que forma parte necesariamente del conjunto de la Universitas scientiarum, aunque no todos podían compartir la fe, y a cuya correlación con la razón común a todos se dedican los teólogos».

Benedicto XVI se refería de modo diverso más adelante a la síntesis entre fe y razón, logos griego y dabar bíblico –Atenas y Jerusalén en definitiva– como un hecho histórico que tiene también un cierto peso cultural en nuestros días.

Así, acudía al fundamento de la cuestión: «la convicción de que actuar contra la razón va en contra de la naturaleza de Dios, ¿es solo un fruto del pensamiento griego o tiene un valor [universal] por sí mismo? Pienso que en este punto se manifiesta la profunda consonancia entre lo griego en su mejor sentido y lo que es fe en Dios según la Biblia. Modificando el primer versículo del libro del Génesis, el primer versículo de toda la sagrada Escritura, san Juan comienza el prólogo de su evangelio con las palabras: “En el principio ya existía el Logos”. [...] Logos significa tanto razón como palabra: una razón creadora y capaz de comunicarse, pero precisamente como razón. [...] En el principio existía el logos, y el logos es Dios, nos dice el evangelista.

 

El encuentro entre el mensaje bíblico y el pensamiento griego no ha sido una simple casualidad. La visión de san Pablo, ante quien se habían cerrado los caminos de Asia y que en sueños vio un macedonio que le suplicaba: “Ven a Macedonia y ayúdanos” (cf. Hch 16,6-10), puede interpretarse como una expresión condensada de la necesidad intrínseca de un acercamiento entre la fe bíblica y el filosofar griego». Este encuentro entre hebreos y griegos –Pablo en Macedonia– viene a ser, en opinión del papa-teólogo, no un mero hecho coyuntural, sino que en cierto modo tiene que ver con los designios de la Providencia.

El resultado de todo este proceso de separación será una razón puramente técnica y positiva, que pierde en amplitud, apertura y profundidad respecto a una razón abierta por los conocimientos alcanzados por la religión. «Este concepto moderno de la razón se basa, por decirlo brevemente, en una síntesis entre platonismo (cartesianismo) y empirismo, una síntesis corroborada por el éxito de la técnica. […] Un pensador tan drásticamente positivista como J. Monod se declaró platónico convencido».

No resulta ya pues una razón abierta y universal, sino una meramente matemática, que en el fondo es puro idealismo. En definitiva, al huir de la armonía inicial entre fe y razón, la ciencia moderna había recalado de modo paradójico en un cierto platonismo. No era esta la intención inicial, pero el resultado fue la limitación no solo de la fe sino también del mismo alcance de la razón.

El contacto entre ellas las beneficiaba a ambas por igual, dada la íntima unidad estructural y originaria que existe entre las dos. «Las opciones fundamentales que atañen precisamente a la relación entre la fe y la búsqueda de la razón humana forman parte de la fe misma, y son un desarrollo acorde con su propia naturaleza». La lucidez y el pleno uso de la razón se hallaba en la misma entraña del acto de fe. Se requiere por tanto una nueva armonización recíproca que se desprende de la esencia de misma de la ambas y de su mismo origen en el Logos.

La razón y la misma cultura pierden sin la verdad, pues se convierten en instancias ciegas y sin una mayor perspectiva que sus propios límites. Se cae en la tiranía y el fundamentalismo. Sin embargo, tras el diagnóstico papal venía también el tratamiento: volver a los valores de la razón y de la religión armónicamente sintonizados, y así ambas instancias evitarán sus propios peligros y patologías, tal como convino con Jürgen Habermas. Se trata de recuperar a ambas –razón y religión– en una armónica unidad. «Occidente, desde hace mucho, está amenazado por esta aversión a los interrogantes fundamentales de su razón, y de este modo solo tiene las de perder.

La valentía para abrirse a la amplitud de la razón –y no a la negación de su grandeza– es el programa con el que una teología comprometida en la reflexión sobre la fe bíblica entra en el debate de nuestro tiempo. “No actuar según la razón, no actuar con el logos es contrario a la naturaleza de Dios”, dijo Manuel II partiendo de su imagen cristiana de Dios, respondiendo a su interlocutor persa. En el diálogo entre las culturas invitamos a nuestros interlocutores a este gran logos, a esta amplitud de la razón».

Esta cita de la polémica ha suscitado después el mayor diálogo con el mundo musulmán. La fe cristiana lleva necesariamente a una reivindicación y una recuperación de la razón, de una nueva razón, a una «nueva ilustración» que repita el sapere aude kantiano, sin el lastre de los hechos históricos que se han seguido al romper la íntima unidad existente entre misterio y racionalidad. Si los sueños de esa razón moderna han producido en ocasiones monstruos –tal como pintó Goya y ha criticado con acierto la posmodernidad–, hay que someter a esa razón positiva a un tratamiento y a una crítica adecuadas, labor que compete de igual modo a las religiones y las distintas culturas. Esta era la propuesta un tanto ambiciosa de Benedicto XVI en su famoso discurso en Ratisbona.

 

Pablo Blanco Sarto

Profesor de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra

Comentarios