El sábado

El mandamiento de descansar y santificar el día del sábado es una de las prácticas más características del judaismo. La formulación de este mandamiento aparece en varios textos bíblicos: Éxodo 20: 9-11, Exod. 35:2-3 y Deuteronomio 5:14-15.

Éxodo 20 y Deuternomio 5 ofrecen cada uno una razón diferente para observar este precepto. Éxodo 20 da como razón que el Señor hizo el cielo y la tierra en seis días, pero descansó el día séptimo: “Acuérdate de santificar el día de sábado. Los seis días trabajarás … más el día séptimo es sábado, consagrado al Señor, tu Dios. Ningún trabajo harás en él, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu criado ni tu criada, … Por cuanto el Señor en seis días hizo el cielo y la tierra … y descansó en el día séptimo.” El autor del relato de la creación del Génesis conoce el mandamiento del sábado y estructura esta narración en una semana con el sábado como el día en que Dios descansó

Deuteronomio 5.14-15, sin embargo, da como razón que los israelitas fueron también esclavos en Egipto y Dios los liberó sacándolos de allí: “El día séptimo es sábado para el Señor tu Dios. No harás en él ningún género de trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni el esclavo, ni la esclava, … , ni el extranjero que se alberga dentro de tus puertas … Acuérdate que tú también fuiste esclavo en Egipto y que de allí te sacó el Señor tu Dios … Por eso te ha mandado que guardases el día del sábado”. En este texto, Dios no sólo manda descansar al señor de la casa sino que ordena que también descansen las personas que dependen de él: los hijos e hijas, los siervos y siervas y los extranjeros.

El mundo pagano conocía días de descanso, pero no el ritmo fijo del cese del trabajo, el concepto de un día de reposo cada siete días. El mandamiento del descanso sabático promueve la igualdad del descanso para todos, señores y siervos, y posibilita a todos tener tiempo para la adoración y oración a Dios y para la convivencia familiar y social, ya que límita las horas de trabajo semanales. En el cristianismo, el día de descanso del trabajo semanal se trasladó del sábado al domingo porque Jesús resucitó el día después del sábado (o primero de la semana) y la resurrección de Jesús es el acontecimiento fundamental de la fe cristiana.

Éxodo 31.15-17 presenta el sábado como señal de la alianza. Los profetas exhortan a guardar el sábado no haciendo en él trabajo alguno (Isa 56.1-7). Jeremías 17.19-27 ve en la obediencia a guardar el sábado la condición para la salvaguarda de Jerusalén. Nehemías 13.15-22 testimonia haber reprendido a unos judíos que pisaban uvas en el lagar e introducían mercancías en Jerusalén el día de sábado.

El principio del sábado judío lo marca la ceremonia qabbalat ha-shabbat (recepción del sábado). La comida del viernes por la tarde es precedida por el qiddush (santificación o consagración): el padre de familia bendice el pan y el vino y alaba a Dios por haber separado a su pueblo de los demás pueblos al entregarle el mandamiento del sábado. Antes del qiddush se lee Génesis 2.1-3, que evoca el primer sábado. Dos velas decoran la mesa del sábado en recuerdo de los verbos shamor (observa [el sábado]) y zekor (recuerda), que aparecen en la formulación del mandato sabático. La bendición del pan se hace sobre dos panes enteros (lehem mishne) en memoria de la doble ración de maná que Dios dió a su pueblo.

La habdala (separación) marca el fin del sábado. Después de haber recitado las tres primeras bendiciones del Shemone Esre (dieciocho [bendiciones]) se inserta una bendición especial: atta hibdalta (Tú has separado). Después de la bendición de la tarde (arabit), se añaden cuatro bendiciones. En la cuarta bendición, se agradece a Dios haber distinguido lo sagrado de lo profano, la luz de las tinieblas, a Israel de las naciones y al sábado del resto de los días de la semana.

El sentido del año sabático es idéntico al del sábado. La tierra pertenece a Dios y por tanto ésta debía descansar cada siete años (Ex 23.10-11; Lev. 25.2-7): se renunciaba a sembrar, segar y cosechar.

Cada cuarenta años se celebraba un jubileo, que implicaba dar libertad a los esclavos, remitir las deudas contraídas y redistribuir las tierras (Lev. 25.8-17, 29.34). En el año del jubileo todos recobraban las posesiones que habían vendido. El sonido del shofar marcaba el principio del jubileo.

 


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