Homenaje a monseñor Planas

La nueva edición de los Premios Bravo, que otorga la Comisión de Medios de Comunicación Social, de la Conferencia Episcopal Española, nos ha traído la sorpresa, dentro de una edición sin grandes sorpresas, de otorgar el Premio Bravo especial a una de las personalidades más destacadas de la Comunicación en la vida de la Iglesia, el sacerdote abulense afincado en Barcelona monseñor Enrique Planas. Escribo abulense porque se ordenó en la diócesis de Ávila, en donde está incardinado de corazón, y en donde participa todos los años en la misa crismal.

Monseñor Planas se merecía no un homenaje, sino varios. Veamos porqué.

La historia de monseñor Planas es, sin lugar a dudas, la historia del cambio copernicano en la mentalidad de la Iglesia sobre comunicación, una materia que, al fin y al cabo, se ha vuelto a convertir, por mor de los vientos, en secundaria o instrumental. El giro antropológico y cultural, acabada una etapa utilitarista, se debe, en gran medida, a monseñor Planas y a quienes atendieron su propuesta y su ejercicio de persuasión teórico-práctico dentro de los muros del Vaticano.

No se trata solo de que monseñor Planas, en sus más de treinta años de servicio en la Santa Sede, tuviera mucho que ver en la redacción de destacados documentos del Vaticano sobre esta materia. Se trata de que demostró, con la creación de uno los ejemplos más palpables de la esencia de la comunicación social, la RIIAL, Red Informática de la Iglesia en América Latina, que la comunicación, y sus medios, son clave en el servicio integral de la humanidad y no un privilegiado mecanismo el poder, incluso dentro de la Iglesia.

Monseñor Planas es un fino analista del mundo de la cultura. No en vano se podría decir que su formación cultural es enciclopédica, un hombre del renacimiento. Un hombre de una generación, la de don Maximino Romero de Lema, la de Incunable, la del padre Alfredo Rubio, la de la España europea, la de los fundadores de la COPE, la de la primera Comisión de Medios de la Conferencia, la de las Facultades primeras de comunicación de la Iglesia, que percibió, con tonos de profecía, que la comunicación y la comunión van de la mano, se conjugan con similares raíces.

De ahí que entendiera a la perfección el valor pedagógico y social de una de las creaciones de la más pura modernidad, el cine. A don Enrique se le debe la Filmoteca Vaticana, y algunos de sus más impresionantes proyectos. Fue, además, representante de la Santa Sede en las organizaciones mundiales de la cultura durante no pocos años.

Como en toda vida, y en toda trayectoria eclesial, pasó por momentos difíciles, sobre todo en los últimos compases de su estancia romana. De ahí su regreso, en tiempo de primera jubilación, a la Barcelona de su infancia y juventud, la Barcelona cosmopolita del Químico de Sarriá, centro universitario en donde realizó estudios superiores.

El mundo de la comunicación está de enhorabuena porque ha superado con buena nota una asignatura pendiente…

Pero no es la única…

 


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