Educarlos para que sean libres

Portada del libro Amoris Laetitia.
Portada del libro Amoris Laetitia.

He aprovechado la festividad de San José para releer la exhortación apostólica Amoris Laetitia, con la que el Papa Francisco nos invita a reflexionar sobre los más diversos frentes que se le planean a la familia en un tiempo convulso fruto de la posmodernidad. Y como sigue tristemente sobre la mesa del debate público la nueva Ley de Educación propuesta por la ministra Celáa, norma restrictiva de los derechos y libertades, llama especialmente la atención la claridad con la que la Iglesia nos recuerda tres principios fundamentales para los padres, hoy puestos constantemente en entredicho.

El primero es casi de cajón, pero la sociedad se empeña en ocultarlo: el amor conyugal que, además, está abierto a la vida, fruto de esa entrega de hombre y mujer el uno por el otro. No son buenos tiempos para el amor. La sociedad de la “hiperfelicidad” ha con fundido los fines últimos de la persona, que cada vez se vuelve más egoísta en una búsqueda perpetua de lo que cree felicidad y es en realidad alegría momentánea o placer efímero. Y como el matrimonio no es un camino de rosas, aunque sea camino feliz, uno de los primeros aspectos en el que ya no confiamos es el amor “para siempre”.

Es curioso, porque nadie duda del “amor para siempre” de un padre con sus hijos, así sea el padre, así sean los hijos, o incluso del “amor para siempre” entre buenos amigos. Pero parece que no se estila el amor para siempre entre los esposos y el más mínimo roce de convivencia es razón suficiente para plantear que se ha acabado el amor, que cada uno tiene “derecho a ser feliz” y que será mejor que sigan “caminos diferentes” aunque acaben de destrozar el camino común de la familia.

El segundo lo aborda el Papa en el punto 11 de la exhortación y explica que la familia es la transmisora de ese conjunto de valores, de virtudes, de juicios que permiten distinguir el bien del mal. Pero eso tampoco está de moda, de forma que muchas familias, con un miedo atroz a ser acusadas de adoctrinamiento, dejan a sus pobres párvulos sin una guía clara de por dónde se deben mover cuando lleguen a la complicada vida adulta. La consecuencia es que unos hijos sin una educación firme en los criterios fundamentales de la vida son más fáciles de manipular y correrán más riesgo de caer en cosmovisiones que les acabarán haciendo daño a largo plazo. Ese relativismo hace mella en su ser y lo bueno y lo malo se desdibujan para adquirir contornos intercambiables.

El error radica en una actitud un tanto soberbia y egocéntrica de muchos padres extraordinariamente protectores que piensan que siempre estarán ahí ante el peligro que acecha. Pero nos recuerda la Amoris Laetitia que “los hijos no son una propiedad de la familia, sino que tienen por delante su propio camino de vida” de modo que nuestra tarea como padres es formarlos para que estén preparados. Por eso es tan importante que eduquemos en libertad. Esto pasa por que los padres podamos elegir libremente el tipo de educación que queremos para nuestros hijos, y también por que les traslademos los valores y principios en los que creemos y confiemos en que, incluso con caídas, serán capaces de ponerlos en el centro de sus propias vidas, para así elegir lo bueno, lo bello y lo verdadero en un mundo que es un bazar de relativismo que brilla falsamente como una baratija.

María Solano Altaba

Decana de la Facultad de Humanidades de la Universidad CEU San Pablo

 
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