Toño y la cultura de la comodidad

Cuando el legislador redactó el artículo 20 de la Constitución que consagra, entre otros, el derecho a la libertad de expresión, dejó abierta la puerta a que en un futuro próximo surgieran nuevos medios de comunicación. Gracias a ese singular detalle, por ejemplo, Internet y las redes sociales tienen cabida en nuestro ordenamiento jurídico sin necesidad de modificación.

Lo que seguro no podían suponer los relatores del texto es que en una fría noche de febrero, un grupo de chicas iba a ejercer su derecho a la libertad de expresión con un mensaje escrito en sus torsos desnudos. Pero ahí estaban ellas, a la entrada de la madrileña parroquia de San Justo y San Pastor, para espetarle su mensaje al cardenal arzobispo de Madrid, que iba a celebrar la Santa Misa.

Cuando veo a estas chicas tan protestonas siempre me asalta la duda del porqué de su efectismo. Nadie se daría la vuelta a leer sus mensajes si se paseasen de igual manera por cualquier playa española un 12 de agosto, donde serían una más entres las destapadas. De hecho, llego a la conclusión, muy personal, que lo que nos llama la atención es cómo salen así con el frío que hace, porque la sociedad está harta de ver cuerpos humanos escasamente vestidos repartidos en anuncios, escaparates, películas y portadas de kiosco.

No sé qué pensaría el cardenal al ver a estas chicas. Quizá, como yo, pensó en darles una rebequita, por los cuatro grados que preconizaban la nieve que llegó después. Pero lo que seguro hizo en ese momento, después ante el Sagrario, y sigue haciendo hoy es rezar por ellas y por todas las personas que aun no han visto con claridad el mal que esconde el aborto. También reza una y otra vez por los niños que no pudieron nacer. Porque queda mucho por hacer y mucho más por rezar.

Yo, que soy muy simple, tardé un rato en entender el mensaje escrito en los cuerpos porque a mí lo de Toño no me sonaba a don Antonio María. Pero luego caí en la cuenta de que toda la fuerza del absurdo mensaje de las feministas radicaba en que habían conseguido una rima consonante y malsonante que no reitero negro sobre blanco pero que les dejo en fotográfica alusión.

Lo importante de la poco importante anécdota protagonizada por las Femen es que su argumentario es tremendamente limitado. Si es de tan poco peso el motivo que esgrimen frente a los argumentos del Derecho Natural por los que la Iglesia, y millones de personas de bien, con o sin fe compartida, defienden la vida del no nacido, está claro que no hay batalla ideológica de nivel razonable.

Y es que la batalla del aborto ya no es ideológica sino cultural. Es muy insensato pensar que abortar no es acabar con una vida, porque negar los hechos no entra dentro de la categoría de la libertad de expresión, sino de la obsesión totalitaria por modificar la realidad. La que se está lidiando es una batalla cultural en la que se enfrentan la cultura de la responsabilidad de los propios actos frente a la cultura de la comodidad a cualquier precio.

Nadie, ni el cardenal Antonio María Rouco Varela, en su acepción de Toño, ni el ministro Alberto Ruiz Gallardón, ni las asociaciones civiles provida, ni los millones de personas anónimas que defienden al no nacido, tiene la más mínima intención de entrar en la vida privada de estas mujeres, menos aún en otros lugares. Pero animados todos ellos por la caridad que lleva a ocuparse de los demás, han decidido mantenerse firmes en la protección del no nacido al que ni su propia madre protege. Ese argumento tiene mucho más peso que la falacia, otra más, pintada sobre otro torso desnudo.

 

 

María Solano Altaba
@msolanoaltaba

Decana de la Facultad de Humanidades del CEU

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