El pastor con olor a oveja y la pendiente escarpada

De este espectacular arranque de la Jornada Mundial de la Juventud me quedan dos ideas que, por reiteración, empiezan a conformar la clave de las enseñanzas del Papa Francisco. La primera es que no estamos solos. No es que no lo hubiéramos oído antes, es que de Francisco lo hemos oído mucho. No es una frase hecha. Encierra un significado profundo teológico que casa a la perfección con esa frase tan elocuente que lanzó en sus primeros días de pontificado: la Iglesia no es una ONG piadosa. Para la Iglesia, lo importante no es tanto hacer sino estar. Y al estar, hace, porque su sola presencia alienta el espíritu de los que sufren, que es alimento imprescindible que no se dispensa en sacos de ayuda al desarrollo. No estamos solos, estamos con Cristo y en el seno de una numerosísima Iglesia donde siempre habrá alguien dispuesto a rezar por y con nosotros.

Pero llega la segunda enseñanza repetida por el Papa en los distintos foros por los que ha pasado en este lluvioso Brasil: nos toca trabajar a cada uno. Lo ha dicho a los jóvenes, a los que ha hecho responsables de la imprescindible regeneración moral de nuestro futuro. Lo ha dicho también a las personas que han caído en las redes de la droga: están acompañados pero son ellos los que tienen que salir. Lo ha dicho a los marginados de las favelas: son muchos los responsables de esa dura situación, pero son ellos los primeros que han de comprometerse con el bien.

El camino que nos ha indicado este pastor con olor a oveja y con mano firme en la guía de su rebaño es el del sacrificio personal. El pastor nos acompaña y nos cuida pero también nos pide que trepemos por esa pendiente escarpada que nos parece inaccesible porque sabe a ciencia cierta que al final están los mejores pastos. Él lo ha visto. Él ha visto a Cristo.

María Solano Altaba

@msolanoaltaba

Decana de la Facultad de Humanidades del CEU

 
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