Olor a oveja entre los santos

Cuando el Papa Francisco se refería a los ya san Juan Pablo II y san Juan XXIII en la homilía de la misa de canonización, se refería a ellos como "hombre contemplativos de las llagas de Cristo" que habían encontrado en esas heridas lacerantes infringidas por nuestra salvación la esperanza y el gozo pascual. PEro esa esperanza y esa alegría que Cristo les enseñó a tener era n fruto "de la cercanía a los pecadores hasta el extremo, hasta la náusea a causa de la amargura de aquel cáliz". 

En efecto, ahora que hemos pasado varios días inmersos en las biografías más o menos acertadas de los dos Papas canonizados, caemos en la cuenta de que no tuvieron vidas fáciles. Muy al contrario, vivieron en un mundo cambiante en el que vieron cómo la religión iba perdiendo su espacio propio en una cultura posmoderna y hedonista donde el dolor ya no tenía cabida. Vieron las guerras que azotaron el mundo, sintieron la opresión de esa silenciosa guerra fíra que lo era también de las conciencias, y se bajaron a la calle, no para darse a conocer, sino para dar a conocer a Cristo. El uno se armó de valor y puso en marcha el Concilio que ya tenía en mente su predecesor, el otro dijo a la humanidad aquel "No tengáis miedo" que despertó a los dormidos para alzar los ojos a Dios.

En esa misa que se ha venido en llamar con el periodístico título de "la misa de los cuatro Papas", estaba también un Benedicto XVI cuya trayectoria quedará encumbrada por el extraordinario magisterio que dejó y cuya sencillez es más que patente en los gestos amables en los que prefiere ocupar un espacio entre los obispos a un lugar en la presidencia. Y allí también el Papa Francisco, el que nos ha dicho que hay que salir a esas periferias donde nos invade la náusea del pecado. 

Pero lo más emocionante de este día ha sido comprobar cómo hoy la noticia tiene un tono positivo, cómo después de tantos años escuchando y leyendo dantescas -y ciertas- informaciones sobre la Iglesia y sus ministros, brillan con luz propia los ejemplos de unos santos que no lo son por ser Papas, sino por ser hombres que vieron a Cristo crucificado en cada uno de los que sufría. Tienen ese olor a santidad del que tanto ha hablado el Papa Francisco, ese olor que solo se adquiere después de pastorear mucho entre las gentes, sufrir con ellos, vivir con ellos y mostrarles la alegría y la esperanza que se esconde tras la cruz. 

María Solano Altaba
@msolanoaltaba

Decana de la Facultad de Humanidades del CEU

 
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