Francisco nos llama a cada uno

Imaginé la emoción de ese instante en el que una voz al otro lado del teléfono dice con franqueza “soy Francisco”. Imaginé cómo Mercedes habrá memorizado para siempre unas palabras que han quedado impresas en el corazón.

Francisco es mucho Francisco y estos gestos que empiezan a parecernos tan asombrosos como naturales han transformado en solo unos meses la imagen que los alejados de la Iglesia tenían de Roma y han recompuesto la autoestima de los muchos creyentes que vivimos con orgullo cómo el papa es visto con buenos ojos incluso por quienes no tienen sintonía con él ni con su Iglesia.

Pero más allá de la preciosa escena que ha vivido Mercedes, este discreto gesto telefónico de Francisco nos incita, no a mirar a nuestro móvil con ansia, porque es probable que no suene, sino a mirar a nuestra alma con igual intensidad porque ahí sí está sonando ya una melodía.

Cuando el Papa llamó a Mercedes, cuando llamó a las carmelitas de Lucena y les dejó mensaje en el contestador, cuando llamó a la madre soltera para infundirle ánimos, cuando llama a cualquiera de la inmensa grey que compone la Iglesia, nos llama, de alguna forma, a cada uno de nosotros, nos interpela para que volvamos la vista al lugar donde quiere que la fijemos que no es otro que la cruz.

Les reconozco que a mí no deja de llamarme. No lo hace por teléfono sino con rotundos aldabonazos en forma de titulares, los muchos que se entresacan de cada una de sus alocuciones. Y lo que me dice cada vez que me llama es que esté atenta, que el que llama, y de verdad, es Cristo. Ahí es nada.

María Solano

Decana de la Facultad de Humanidades del CEU

 
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