Cansados de vivir

Eutanasia.
Eutanasia.
Lo sabíamos. El actual gobierno iba a empezar su legislatura con una norma ideológica y la eutanasia tenía todas las papeletas porque al aborto poco más le queda por crecer para no tener límite alguno.

El debate parlamentario promete ser bronco y con argumentos que tiendan más al emotivismo que a la lógica. Ahora casi siempre es así porque somos la generación de Facebook que se conmueve ante los vídeos de gatitos y perritos. Una generación cursi que funciona a golpe de lágrima fácil. Y ahí estaba, como era de esperar, el reclamo de las duras palabras de quienes se han quitado la vida porque no soportaban la que tenían y lo han pregonado bajo el foco mediático como altavoz de la eutanasia. Tampoco faltó la acusación en el sentido contrario: esta ley es un proceso político de ingeniería social que ayudará a paliar las ya mermadas cuentas del erario público porque limitará las pensiones y el gasto sanitario. Efecto secundario de la ley que no vendrá mal a un Gobierno que ya ve en lontananza la tormenta de la próxima recesión.

En el Congreso poco o nada se dijo de lo que el secretario general de la Conferencia Episcopal resaltó de inmediato: el problema de la eutanasia es más profundo porque responde a cuál es el concepto de la dignidad humana para la sociedad moderna. Y ahí patinamos en un barrizal de productividad y utilitarismo, del ser y el hacer. Vamos deslizándonos por una pendiente en la que resultará muy difícil frenar.

Pero la clave de esta obsesión presente por la eutanasia (que no es, ni de lejos, el problema que más preocupa a los españoles) la daba hace unas semanas un país que nos lleva una triste ventaja en materia de muerte provocada: Holanda. Este Estado, que ya dispone de una regulación que convierte la eutanasia en un derecho en casos de enfermedad terminal o irreversible, acaba de proponer un nuevo giro de tuerca: los mayores de 70 años podrán solicitar una pastilla que los mate si sienten que están cansados de vivir, sin necesidad de que estén enfermos. Basta el cansancio, el hastío, el desánimo.

El problema de cualquier decisión legislativa que atente contra el derecho a la vida sobre la base de una malinterpretada libertad de elección es que nos sitúa a todos en pendientes deslizantes en las que resulta muy difícil frenar cuando se acumula el impulso de anteriores medidas. Se empieza por admitir la eutanasia para determinadas personas en determinados casos, se amplía el rango de sujetos del supuesto derecho, como los menores, y se acaba por abandonar el requisito que en principio sustentaba la petición: el de una enfermedad terminal en su última fase.

Pero la pastilla para quienes están cansados de vivir es solo un síntoma de un diagnóstico mucho más grave y con una cura mucho más compleja. Si estamos cansados de vivir en la época de la historia en la que la humanidad disfruta de más comodidades, se multiplica nuestro conocimiento, la medicina nos vuelve más longevos y con mejor calidad de vida, es que hemos perdido esa trascendencia que daba sentido a nuestro devenir aun cuando el futuro era mucho menos halagüeño. Y aquí en España acabamos de vislumbrar la punta del iceberg en forma de proyecto de ley de la eutanasia. Lo peor está por llegar.

María Solano Altaba

Decana de la Facultad de Humanidades

Universidad CEU San Pablo

 
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