Los ciegos que no quieren ver

Curación de un ciego.
Curación de un ciego.

El cap. 9 del evangelio de San Juan narra la curación de un ciego de nacimiento, en la piscina de Siloé. Algunos, que le habían visto pedir limosna, dudaban si era él, pero el que hasta entonces había sido ciego respondía: “soy yo” (Jn 9,9). Entonces le preguntaban “¿cómo se te han abierto los ojos” (v. 10) y él les explicaba tal y como había sucedido: “ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé y empecé a ver” (v. 11). Había sido curado en sábado.

Los fariseos no quieren reconocer el milagro y le preguntan de nuevo cómo había adquirido la vista. Quieren desautorizar a Jesús porque “ese hombre no es de Dios, porque no guarda el sábado” (v.16). Y llaman a los padres del ciego para asegurase de que era ciego de nacimiento. Los padres, por  miedo a los judíos, dan una respuesta que no les comprometa: “Nosotros sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego. Lo que no sabemos es cómo es que ahora ve. Tampoco sabemos quién le abrió los ojos. Preguntádselo a él, que edad tiene. Él podrá decir de sí mismo (v. 21 y 21).

Llaman por segunda vez al ciego para interrogarle y responde: —“Yo no sé si es un pecador. Sólo sé una cosa: que yo era ciego y que ahora veo.  Entonces le dijeron: ¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos. Ya os lo dije y no lo escuchasteis –les respondió–. ¿Por qué lo queréis oír de nuevo? ¿Es que también vosotros queréis haceros discípulos suyos?” (vv. 25-27)

Los que preguntan no quieren examinar los hechos, sino intimidar al incómodo testigo, prohibiendo reconocerlo,   denostando al que lo ha realizado. El milagro  es claro pero no lo quieren ver y ensombrecen el hecho para que los demás tampoco lo vean.

El Señor volverá a estar con el ciego, que cree en El: ¿Tú crees en el Hijo del hombre?, Dime quién es Señor para creer en él. “Ya lo estás viendo, es el mismo que habla contigo”. El ciego cree y se postra ante Jesús, y entonces dice a los presentes: “Yo he venido a este mundo para abrir un proceso, así lo que no ven, verán, y los que ven quedarán ciegos” (Jn 9, 36-39).

El relato es largo, pero también impresionante. ¿Por qué lo recuerdo? Porque lo esencial se repite estos días con frecuencia. Se repiten los “milagros”, y sin embargo algunos no quieren verlos. 

En primer lugar, vamos a ser juzgados por nuestras obras: no podremos eludir el proceso personal ante el Juez supremo.

En segundo lugar, hoy la medicina ofrece datos evidentes, incuestionables, de la existencia de vida humana desde las primeras semanas de gestación: entre otras, el latido del corazón, y otras pruebas equivalentes.

Algunos ciegos que no quieren ver hacen todo lo posible por ocultar estos datos básicos, elementales, que permiten salir de dudas, si es que alguien por ignorancia las tuviera.  Entonces, en vez de reconocer la realidad biológica, atacan al que recuerda que existen esas pruebas, y que debería conocerlas la que se plantea abortar. Los “ciegos” que no quieren ver le dirán que se está extralimitando, y puede ser castigado por pretender que ese dato sea conocido. Quieren ocultar el “milagro”, no quieren que los avances científicos se utilicen para salvar vidas, porque parece que el éxito –según ellos- es abortar. Esas personas parecen haber perdido el juicio, como los fariseos que se empeñan en negar la curación del ciego, porque tendrían que reconocer que Jesús es el Mesías.  Esas personas se niegan a utilizar para el bien los avances médicos, porque tendrían que reconocer que el aborto es matar una vida humana, que podría evitarse en muchos casos. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Y esa ceguera afecta también a la mente y a la conciencia: han perdido el sentido de la realidad y la conciencia moral.

 
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