La dignidad de nuestras familias

Familia y coronavirus.
Familia y coronavirus.

Es obvio que ser padres no es una tarea fácil en la vida. Por eso, desde hace mucho tiempo, la moral, en general, y la Iglesia Católica recuerdan, con frecuencia, a los que desean formar una familia, la importancia de vivir la maternidad y la paternidad responsables; con el sentido de responsabilidad que a ello da al hombre y a la mujer su propia naturaleza, tal como es.

Frente a la casa donde yo vivía, había una residencia de estudiantes, cuyas ventanas se encontraban, más o menos, a unos tres metros de distancia de las mías, separadas por un patio interior y, por este motivo, conocí a uno de esos estudiantes, pues la ventana de su habitación estaba enfrente de la mía.

Con el transcurso del tiempo nos saludábamos amablemente, con un hola y un gesto sonriente

Pero él un día se lanzó y, de ventana a ventana, me invitó a tomar una coca cola o una cerveza en el bar de abajo. Cuando me dijo que tenía veinte años, accedí encantado.

Comenzamos a hablar y le pregunté por su familia.

- Mi padre es funcionario del estado y mi madre es empresaria, me contó.  Tengo dos hermanas. Una tiene diez años y está haciendo sus estudios en el colegio. La pequeña tiene tres años.

- Qué bien, le dije.  Entonces tú eres el mayor de los hermanos.

- Sí, si claro.

- Qué responsabilidad. ¿Verdad?

 

- Sí. Pero yo he venido a España a hacer un grado y un master en Madrid. Estoy en el primer año y aún me quedan cuatro años más. Por eso estoy aquí.

- Y tu familia … ¿me preguntó?

- Bueno… Yo ya soy muy mayor, le dije. Mis padres ya fallecieron. Soy el octavo de nueve hermanos y me lancé a enseñarle una foto que llevo siempre de toda mi familia.

- ¡¡¡¡Cómo mola!!!!!!!, exclamó de modo casi impulsivo.

No se me ha olvidado, ni se me podrá olvidar, cómo dijo y le salió del alma a Níco ese ¡¡¡¡Cómo mola!!!!

Algo, que a mí me ha parecido siempre muy normal, como tener ocho hermanos, era para él motivo de fascinación.  

Es evidente que cuando nos presentamos no fue suficiente con que él me dijera que se llamaba Nico; ni que yo le dijera simplemente soy Juan José. Tanto él como yo mencionamos nuestros apellidos, que significa soy hijo de… y de…. Porque ¿Cuántos Nicos y Juan José hay en el mundo? Probablemente millones. Por eso hablamos de nuestros padres, de nuestros hermanos y nuestras familias, porque ¿Quién nos da a cada persona nuestra propia personalidad?

Así se manifiesta, con gran sabiduría y maravillosamente relatado, en los textos de los Evangelios, que cuando los que escuchaban a Jesús en lo que consideramos su primera predicación en su pueblo de Nazareth, los que le oían hablar así, de ese modo, con esa naturalidad y sabiduría, no salían de su asombro preguntándose “¿no es éste el hijo de José, el artesano: y su madre se llama María, etc…?

Es que la vida es así. Normalmente es a nuestros padres y nuestras familias a quienes debemos nuestra propia personalidad.

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