Lo que vio Jesús

Los románticos alemanes del siglo XIX utilizaban el término Weltschmerz para referirse al dolor del mundo. Era un dolor cargado de insatisfacción, de incomodidad, de sufrimiento. Un dolor de época que aprisionaba la razón de nuestras sinrazones.

En el Huerto de los Olivos, con Giovanni Papini, nos encontramos la respuesta, el lenitivo:

«Pero si el cáliz que Jesús querría alejar de Sí no es el terror de la muerte, ¿qué otra cosa puede ser? (…) ¿Quizá sea que ha entrevisto, en la última oscuridad de aquella velada, la suerte que correrían sus hijos más alejados de Él en el tiempo, los desfallecimientos de los primeros santos, las divisiones que surgirán entre ellos, las deserciones, los martirios, las matanzas, y, apenas llegara la hora del triunfo, la debilidad de los mismos que deberían servir de guías a las muchedumbres, los cismas irreparables, el desmembramiento de las Iglesias, los delirios de la soberbia herética, la propagación de las sectas, las confusiones de los falsos profetas, la osadía de los reformadores rebeldes, las temeridades perniciosas de los desbrozadores de abismos, las simonías y el libertinaje de quienes lo glorifican con los gestos y las palabras y lo reniegan en sus obras, la persecución de los cristianos por cristianos, el abandono de los tibios y de los altaneros, la dominación de los nuevos fariseos y nuevos escribas que retorcerán y falsificarán sus enseñanzas, la incomprensión de sus palabras cuando  estas caigan en manos de los caviladores, de los sutilizadores, de los visionarios, de los que cuentan las sílabas, de los que pesan lo imponderable, de los que dividen lo inseparable, de los que despanzurran y desmenuzan, con orgullo de doctores, las cosas vivas, llevados de la presunción de resucitarlas?».

La noche del mundo, de la historia, es una sombra, manifestación del poder de las tinieblas. La noche de la oración del Señor en el huerto de los olivos es escándalo para quienes rechazan la invitación al amor de Dios, para quienes rechazan la Palabra del Dios vivo y verdadero.

La noche de Getsemaní es la noche de la transfusión de la sangre del Cordero en la vena del mundo; la sangre de Cristo que ya permanece en la memoria y en la palabra de sus discípulos frente a la sangre que se derrama en el cuerpo del mundo que habita en el pecado y en las tinieblas.

Francois Mauriac, en su “Vida de Jesús”, se preguntaba: “¿De dónde mana aquella sangre?  La súplica se hiela en sus labios; se escucha. Todo hombre, en determinadas horas de su destino, en el silencio de la noche, ha conocido la indiferencia de la materia ciega y sorda. La materia aplasta a Cristo. Experimenta entonces en su carne una ausencia infinita. El Creador se ha retirado y la creación no es más que un fondo de mar estéril; los astros muertos jalonan los espacios infinitos. En las tinieblas se oyen gritos de bestias devoradas”.

Pero Jesús se levanta y mira al hombre, a todo el hombre y a todos los hombres, con los ojos del corazón. ¿Ha cambiado su mirada? ¿Aquella mirada que escrutó las solas buenas intenciones del joven rico, con la que “mirándole, le amó”? No, no ha cambiado su mirada. Lo que ha mutado en naturaleza y en especie es la historia de cada uno de nosotros. La pasión de Nuestro Señor es escenario real en nuestra vida; un anfiteatro en el que no abundan las palabras. Solo los silencios. Y en los silencios del camino nos habla Dios.

De corazón a corazón.  


 
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