Mi Vigilia de la Inmaculada en Atocha

Inmaculada Concepción, de Murillo.
Inmaculada Concepción, de Murillo.

Le debía a mi admirado Nicolás Arroyo un Vigilia de la Inmaculada madrileña, de esas que pensó y soñó el P. Morales. Con esto del cierre perimetral psicológico tuve la oportunidad, por fin, de asistir a las vísperas solemnes de una fiesta tan bella como española.

Como la pereza hace de las suyas, la Basílica de la Merced se me hacía lejos. Tenía que elegir entre otras varias opciones y la que más me motivaba, pese a la equidistancia geográfica de posibilidades varias, era la que se iba a celebrar en el Santuario de María Auxiliadora de Atocha, presidida por mi recordado siempre monseñor Martínez Camino, a la sazón obispo auxiliar del martirologio madrileño.

Recepción perfecta, organización milimétrica la de los buenos chicos de la Milicia de Santa María. Llegué con dos minutos de retraso y un educado joven me indicó que el aforo estaba completo y que se había habilitado una Vigilia paralela en la cercana parroquia de Nuestra Señora de las Angustias, que, por cierto, no es cualquier parroquia, ni cualquier templo, una joya escondida.

Sorpresa porque el aforo de la iglesia de los Salesianos no es menor. Pero hacía no poco tiempo, las lluvias habían echo de las suyas en la cubierta y se había desprendido algo del techo. Por tanto, el templo principal estaba inhabilitado.

Pregunté al joven si el celebrante iba a ser en Las Angustias el mismo que estaba previsto allí, y me dijo que no. En esas estábamos, con  mi reticencia pasiva a irme y mi silencio con el que barajaba varias opciones, cuando un señor se acercó y le dijo que me dejara pasar, pese a las protestas iniciales del joven.

Camino de la cripta-capilla, a pie del impresionante patio, ese lugar teológico de la pedagogía salesiana, llegué a una capilla con las plazas cubiertas y con un párroco, el salesiano P. Iñaki Lete, que se desvivía, como si supiera que don Bosco hacía ese tipo de milagros y él era uno de los suyos. Todo en orden, las personas acomodadas hasta en el más recóndito lugar, con las distancias, y el clima de oración necesario para lo que se había convertido, al fin y al cabo, en una improvisada Vigilia, con su rosario, sus testimonios y la misa.

De los testimonios, un matrimonio, él médico y ella enfermera, que habían pasado el Covid. El mensaje: las lágrimas de Emilio, el médico, el padre de familia, el paciente. Emilio, que cuando se preguntaba por qué Dios permite esto, y describía en dónde radica la grandeza de Dios, no pudo contener unas lágrimas en la que se manifestaba esa humanidad que sabe de lo que Dios es y significa.

Y llegó don Juan Antonio, uno más, entre todos, sentado al principio al final entre el pueblo, saludando y bendiciendo, y preguntando, que lo suyo son siempre antes las preguntas. Y pronunció una homilía de esas que hacen historia, en las que se combina la teología de la historia, con la cristología y la mariología, una reflexión, sin papeles, que arrancó de las preguntas del adviento, el tiempo en el que le hacemos preguntas a Dios, las preguntas de Job y que concluyó con una reflexión, no sencilla, sobre eso que dicen sobre si hemos vivido los mejores cuarenta años de la historia de España.

Bueno, y al final, otra lección salesiana del párroco, el P. Lete, que a la hora de distribuir la comunión le pidió amablemente a un señor, que se le había acercado al principio a comulgar en la boca, que si no le importaba esperar a que comulgaran las personas que lo hacían en la mano antes. Y lo hizo con una delicadeza que daba ganas de esperar al final para hacerlo ya en la boca  y no en la mano.

 

Y que conste que el pasado domingo, en otra iglesia de religiosos, de cuyo nombre no me quiero acordar, el sacerdote se negó a dar la comunión en la boca a quien iba delante de mí, con bastantes malos modos. Claro que, en la homilía dedicada al segundo domingo de adviento, había dedicado cinco minutos a hablar sobre la deforestación en el mundo, con una especie de conferencia que no sabía si era de geopolítica, geología, ecología, o simplemente desvarío. Ah, y el canon de la misa debía ser del rito de las fotocopias, que, Dios mío, vuelven a proliferar las plegarias en fotocopias…

Pero volvamos a la Vigilia de la Inmaculada, María, que también hizo su pregunta al ángel, la Virgen María, Auxiliadora en tiempos de pandemia. Donde está Dios, allí está María. Donde está María, se ve con más claridad a Jesús, pese a la neblina en nuestra historia.

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