Vaticano, el final de un mundo

Vaticano, el final de un mundo.
Vaticano, el final de un mundo.

El título de esta columna se corresponde con el del libro que la editorial PPC acaba de publicar del periodista francés, corresponsal religioso del diario “Le Monde”, Henri Tincq, fallecido en el año 2020.

Un libro síntesis del pensamiento de quien siguió la vida de la Iglesia día a día desde el citado diario progresista francés.

De sus páginas me quedo con la intuición expresada en el Prefacio, más que con el análisis que hace de los pontificados de Juan Pablo II, Benedicto XVI y del Papa Francisco.

Se puede estar de acuerdo, en gran medida, con el diagnóstico, pero no compartir ni su descripción de las causas de la situación ni, sobre todo, las propuestas sobre el futuro de la Iglesia.

Centrar el tiro en lo de siempre, el celibato, la sexualidad, la mujer en la Iglesia, como si esto solo fuera fruto del catolicismo tridentino-romano, me parece un recurso demasiado fácil en su potencia explicativa, que se sigue alentando en determinados medios, sospecho que para que, como lluvia fina, acabe calando. 

Por eso lo que más me ha interesado es el contexto en el que ubica la grave crisis por la que está pasando la Iglesia, entre otras razones por los casos de pederastia. Por cierto, un libro que hace una síntesis de los casos de pederastia en los ámbitos más graves que estremece.

 La experiencia de Tincq es la del “desasosiego de esos millones de católicos que, como yo, se han visto sacudidos en sus convicciones, heridos y humillados”. La cuestión que plantea es si “hemos asistido, en los años ochenta a la caída del sistema soviético. Tal vez nos sea concedido hoy el desplome del sistema católico romano-tridentino”.

He aquí el punto de partida: “La entrada de la Iglesia católica en el tercer milenio de la historia cristiana, que un papa como Juan Pablo II, en el año 2000, había querido grandiosa y ejemplar para el mundo y que relacionaba, no sin argumentos, con la caída de los imperios totalitarios y las ideologías opresoras del siglo XX, se está convirtiendo en una aflictiva prueba”.

Pero añade este autor: “La lucha emprendida por un maestro en teología como Benedicto XVI contra el ostracismo de Dios en la sociedad posmoderna se pierde en vanas tentativas de reconquista y tufos de escándalo. Por último, la hermosa utopía de una vuelta a las fuentes evangélicas, a esa “Iglesia pobre para los pobres”, humilde, descentralizada y colegiada, tan querida para el papa Francisco de los inicios, se consume en asuntos morales y de guerras de clan que agitan al Vaticano y escandalizan al mundo”.

 

¿De verdad que la lucha de Benedicto XVI contra el ostracismo de Dios se ha perdido solo en vanas tentativas de reconquista y tufos de escándalo? No, esa lucha se ha perdido también porque la hemos abandonado, porque hemos cedido a los intereses de otras prioridades.

El ostracismo de Dios sigue presente en nuestra historia, incluso se ha agudizado. Lo que no sé es si nosotros estamos presentes con las suficientes fuerzas a la hora de ofrecer una adecuada respuesta.

Otra cuestión es la del fin del modelo tridentino, como si ahora se fuera a dar la puntilla a un modelo de Iglesia solo. Al margen de lo dudoso de la expresión modelo de Iglesia, es cierto que estamos en un tiempo de profundo cambio de paradigma. Pero esto no significa que la continuidad que se establece en lo que determinó el Concilio de Trento respecto al depósito de la fe deba ser dinamitado al tiempo que las formas de la contingencia histórica parejas a ese proceso de transmisión. Claro que esa distinción, que hay que hacerla inevitablemente, hoy parece que no cotiza al alza.

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