De urnas, victorias electorales y procesos secularizadores

Los cuatro candidatos.
Los cuatro candidatos.

Ortega y Gasset escribió en su “España invertebrada”: “Aquí (en España) lo ha hecho todo “el pueblo” y lo que el pueblo no ha podido hacer se ha quedado sin hacer”. 

El pasado domingo por la noche se impuso la sorpresa electoral. Las encuestas apuntaban, en una coincidencia que escondía más que revelaba, una victoria suficiente del PP, con o sin VOX. No ha sido así. Victoria será la de la derecha, pero a todas luces insuficiente. 

Lo más llamativo, al margen de análisis demoscópicos, ha sido la remontada de Pedro Sánchez, que ha conseguido dos diputados más que en las pasadas elecciones generales.  Ya sabemos dónde estaba el voto oculto, o el voto mentiroso, por eso de que no se declaraba la verdad. En el PSOE. También estaba ahí la movilización ante el argumento del miedo a la extrema derecha o a la derecha extrema.

Aunque no sabemos aún qué va a pasar, lo más probable es que tengamos un nuevo gobierno de Sánchez con formaciones políticas de izquierda radical, independentistas y separatistas de toda clase. Lo que se llama gobierno Frankestein. Es decir, la repetición de lo mismo que los últimos cuatro años.

Habrá que seguir analizando los resultados en profundidad. Hoy solo quisiera plantear una cuestión. El pueblo ha hablado. Y eso es la democracia. Un pueblo dividido profundamente en dos bloques que se articulan en torno a las dos formaciones políticas mayoritarias.

Volvemos, si es que acaso hemos salido alguna vez, a las dos Españas. Y no sólo por los efectos de una de las leyes más perniciosas de este Gobierno, la de la Memoria histórica.

Dos España en un contexto de secularización profunda, con unos datos del CIS de creencia que no son particularmente tranquilizantes. Una secularización que cuantitativamente es mayor en aquellos que se consideran de izquierdas. (Remito a estos efectos a mi artículo de hace unos días sobre los datos del CIS). Habría que analizar el voto de las provincias españolas más secularizadas, con menos práctica religiosa, con menos vocaciones...

Es innegable que el marco mental de la sociedad española no se articula mayoritariamente en torno a una serie de principios, o valores, que pudiéramos denominar cristianos.  

Esto lo digo por el hecho de que a Pedro Sánchez, y a su gobierno, no le han pasado factura esa serie de legislaciones que se han implantado en estos cuatro años que pudiéramos denominar antagónicas a la propuesta cristiana.

 

No le ha pasado factura ni en el ámbito de sus votantes, ni en la aceptación de propuestas políticas que traían bajo el brazo promesas de rectificación o de eliminación.

Que Sánchez y los suyos hayan puesto en funcionamiento leyes extremas de aborto, eutanasia, trans; que hayan impregnado su legislación de la ideología de género, les ha salido gratis en las urnas.

Leyes que sin duda están contribuyendo como pocos factores al proceso secularizador de la sociedad.

Esto implica que, al menos para sus votantes, estas decisiones que afectan al sustrato antropológico de la sociedad, y que tienen mucho que ver con la configuración ética y moral, se han asumido acríticamente y se han normalizado socialmente.

Me dirán que secularizados están lo mismo los votantes de Sánchez como los de Feijóo, incluso los programas de ambos partidos. En parte sí, y en parte, no. De momento lo que hemos experimentado es el sustrato conceptual relativista de las legislaciones de la izquierda.

También puede ser que a la sociedad española lo que no sea economía, entretenimiento, cultura de la satisfacción y formas subvencionadas o no de participar en el Estado de Bienestar, le importe un pimiento.      

Hay además otra cuestión que exigiría un discernimiento desde la Doctrina Social de la Iglesia: la libertad en relación con el papel del Estado y de las instituciones fruto del proceso de reconciliación de los españoles. Libertad personal, libertad de las organizaciones intermedias, de la iniciativa particular,  en el contexto de la subsidiaridad social.

No sé si lo españoles, a la hora de votar, se han preguntado si son más libres, si la defensa de sus derechos fundamentales está más o menos garantizada, en todos los órdenes, con el Gobierno. Incluso añadiría la libertad de la Iglesia en un contexto de equiparación obligada con el resto de confesiones.

Se me dirá que el Gobierno de Pedro Sánchez ha hecho grandes avances en la igualdad social, en la preocupación por los más vulnerables y excluidos, por la integración adecuada de los inmigrantes, desde el punto de vista humanístico, como dijo en uno de los debates.

Si les digo la verdad, no lo tengo tan claro como lo venden. Por ejemplo. España es el cuarto país de la UE con un mayor porcentaje de personas en riesgo de pobreza o exclusión social. En esa situación se encuentran el 26 por 100 de los españoles, nivel sólo superado por Rumania (34%), Bulgaria (32%) y Grecia (26,3%).

Está por otra parte la cuestión del feminismo, que no sé por qué parece patrimonio de la izquierda, o dígase de otro modo, de la defensa de la mujer. Un aspecto que sin duda ha calado en la sociedad –véase el destino del voto femenino en determinados segmentos de edades- y que se ha implantado desde una ingeniería social alejada de la concepción cristiana en cuanto a la relación entre biología y cultura.  

Podría seguir desgranando las conquistas que se han vendido, por parte de Sánchez y los suyos, durante la campaña electoral. Creo que es suficiente. 

Lo dicho me lleva a pensar que la expectativa de un cambio electoral es más un deseo que una realidad posible mientras no haya un trabajo en un nivel previo al de la política.

Una labor de educación social y conformación de la conciencia prepolítico, a través de los medios adecuados para que llegue al pueblo, a la sociedad. Y no sólo a unas élites supuestamente prescriptoras.

Quizá este 23 de Julio se haya aprendido alguna lección. Y de esta enseñanza se saquen las conclusiones adecuadas.

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