La toma de posesión del pueblo

Domingo de sol algo más que primaveral en Madrid. La Catedral de La Almudena no ha perdido su buen color de piedra. Sigue blanca, y sus columna son como grandes pantallas en las que se proyectan los colores de la película de la historia.

Me decía mi querido amigo Enrique San Miguel, catedrático de Universidad y natural de Torrelavega, con quien comentaba la misa de toma de posesión de don Carlos Osoro, desde el privilegiado coro de La Almudena, que la piedad se estaba jugando una mala pasada y asistía a la proyección de un largometraje sobre la Iglesia en la historia, por utilizar el título reciente del profesor José Antonio Escudero.

Domingo. Toma de posesión del pueblo, que es la toma de posesión que faltaba. El sábado había sido la Iglesia, los cardenales, obispos, invitados. Faltaba la toma de posesión del pueblo. El domingo, el pueblo de Dios, y un nutrido grupo de turistas. Misa de doce, la misa de España. Coro esplendoroso para una catedral que acepta la luz y se goza en el sonido de un órgano que lo llena todo. La voz de don Carlos ya se ha hecho familiar en su catedral. Atrás, junto a la cruz, el cabildo, presidido por monseñor César Franco.

La homilía de don Carlos, apuntada por unos papales protegidos en carpeta roja, granate, casi de color cardenalicio, fue más espontánea que preparada. Clara, pedagógica, sencilla, centro del Evangelio y tres preguntas y tres respuestas.

Don Carlos modula la voz cuando predica, sabe de tonos y texturas de voz y de la palabra. No hacen falta las citas, ni las referencias a autores a pie de página. Todo está en el Evangelio y en la experiencia. La referencia argumental de sus homilías transita desde la exégesis vital, más que la histórico-crítica, hacia la experiencia de una vida que ha acumulado, eso, experiencia.

Al final de la misa, el himno de la Almudena, que ya forma parte del rito litúrgico de ese catolicismo madrileño que tanto le disgustaba a Ortega y Gasset, y que tan bien le pega a la causa y a al cosa.

Don Carlos entró y salió saludando al pueblo de Dios. Se paraba, bendecía, conversaba, acariciaba. Se apoyaba en el báculo, mientras el cabildo, paciente, La catedral de La Almudena ha recibido a un nuevo sucesor de los apóstoles, en la misma Iglesia, en la misma cátedra, porque es la misma Iglesia, la misma cátedra, el mismo catolicismo, el mismo Cristo, la misma fe, los mismos sacramentos, la misma comunión. No la misma persona, no las mismas personas, lo distinto en los común, biografías y geografías diversas, de tiempos y circunstancias diferentes, con formas y expresiones diversas. Cristo y el tiempo; la Iglesia y el tiempo.

La catedral como testigo y testimonio; la catedral como elocuencia. Ya lo dijo Oscar Cullmann, en su obra “Cristo y el tiempo”: “El campo de acción de la Providencia no puede ser la historia, sino sólo el destino del individuo”.

 
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