Yo también me siento heredero de ese Testamento

Benedicto XVI.
Benedicto XVI.

    Me ha impresionado el Testamento de Benedicto XVI. Sea cuál sea el número que haga, sea cuál sea su naturaleza y su objetivo, sean cuáles sean las dudas sobre si existe otro u otros escritos posteriores también a modo de testamento, lo que hemos podido leer es una pieza que, sin duda, se citará en la historia para ayudar a entender quién fue Joseph Ratzinger.  

    Recordemos que el 18 de abril de 2005, el entonces cardenal Ratzinger, en la homilía por la elección de papa, se preguntó qué es lo que permanece de los hombres en la historia. ¿Acaso la fama, el dinero, los libros? 

    No, lo que perdura es “todo lo que hemos sembrado en las almas humanas: el amor, el conocimiento; el gesto capaz de tocar el corazón; la palabra que abre el alma a la alegría del Señor”. 

    En nuestra alma perdurará esa última confesión de fe y de esperanza de Benedicto XVI, como gesto sencillo de donación, la sabiduría de un “humilde servidor de la viña del Señor”. 

    Con la sencillez que le caracteriza, ya en el primer párrafo hace que el lector se sienta identificado con el autor del Testamento. Incluso en esa referencia, ciertamente enigmática, a “los tramos oscuros y agotadores de este camino fueron para mi salvación y que fue en ellos donde Él me guió bien”.

    Pero a lo que quiero referirme es a esa última lección magistral de quien ha sido pedagogo privilegiado de la fe en la época contemporánea. 

Una última lección en la cátedra de la vida cristiana en la que nos pide, “a todos los que en la Iglesia han sido confiados a mi servicio”, que “¡Manténganse firmes en la fe! ¡No se dejen confundir!”.

Es decir, la dificultad hoy para los creyentes es mantenerse firme en la fe ante las múltiples posibilidades, los ingentes actores y las evidentes ocasiones, de confusión. Se podría deducir que, implícitamente o explícitamente, lo que ha dicho el papa emérito es que vivimos en un tiempo de confusión. 

Por lo tanto, habría que dedicar no poco tiempo a clarificar las confusiones más comunes para el alma cristiana.

 

La primera a la que se refiere el papa es que “a menudo parece como si la ciencia -las ciencias naturales, por un lado, y la investigación histórica (especialmente la exégesis de la Sagrada Escritura), por otro- fuera capaz de ofrecer resultados irrefutables en desacuerdo con la fe católica. He vivido las transformaciones de las ciencias naturales desde hace mucho tiempo, y he visto cómo, por el contrario, las aparentes certezas contra la fe se han desvanecido, demostrando no ser ciencia, sino interpretaciones filosóficas que sólo parecen ser competencia de la ciencia. Desde hace sesenta años acompaño el camino de la teología, especialmente de las ciencias bíblicas, y con la sucesión de las diferentes generaciones, he visto derrumbarse tesis que parecían inamovibles y resultar meras hipótesis: la generación liberal (Harnack, Jülicher, etc.), la generación existencialista (Bultmann, etc.), la generación marxista. He visto y veo cómo de la confusión de hipótesis ha surgido y vuelve a surgir lo razonable de la fe. Jesucristo es verdaderamente el camino, la verdad y la vida, y la Iglesia, con todas sus insuficiencias, es verdaderamente su cuerpo”.

Que conste que cuando leí este párrafo me acordé de aquellas memorables páginas de su Obra “Jesús de Nazaret” en las que profundiza en argumentos similares. 

Es evidente que en la confusión que también reina en determinados sectores eclesiales, no solo en los teológicos, que también, subyace esa subordinación de la propuesta de fe, de la doctrina católica, a la investigación histórica que parte de supuestos que impiden o niegan la posibilidad de lo que trasciende a su propia dinámica metodológica. Y que acaban convirtiendo a la supuesta teología en el caballo de Troya de la doctrina y de la fe.  

Incluso me atrevería a decir, ante fenómenos contemporáneos que están sembrando confusión en la Iglesia y sobre la Iglesia, -secularización interna, pederastia en determinadas etapas…- que habría que hurgar un poco más. Porque lo que igual nos encontramos es el efecto de esas ideas teológico-pastorales-morales, fundamentadas en metodologías histórico-críticas, que han traído nefastas consecuencias.  

Voy a poner un ejemplo. Por razones que no vienen al caso he leído últimamente las notas de una edición de los libros del Nuevo Testamento de un catedrático de griego español, famoso por sus libros sobre Jesús de Nazaret. Volumen que se ha venido como rosquillas, por cierto. Notas que son producto de la moderna crítica textual y de algo más. Me parece que las conclusiones a las que llega el citado autor, en desacuerdo con la fe de la Iglesia, son las mismas de no pocas predicaciones a las que he asistido. Y así les va a lo citaos predicadores y a sus comunidades. Y así nos va…

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