El señor Nuncio en Santander

El Nuncio en Santander.
El Nuncio en Santander.

Para no pocos foramontanos el verano acaba, y comienza el nuevo curso, con la festividad de los santos mártires Emeterio y Celedonio. En este año con una lucida celebración en la catedral de Santander, seo de fortaleza, en esta ocasión presidida por el Nuncio de su Santidad en España, monseñor Bernardito Cleopas Auza.

Da la impresión de que don Bernardito decidió este año veranear por la geografía española, de celebración en celebración. Lo mismo llegaban noticias de su presencia del norte que del sur. Le alabo el gusto. Seguro que esa tourné litúrgica le permitirá profundizar en el ya preciso conocimiento que tiene de nuestra geografía, también eclesial.

Como es innecesario que me prodigue en loas al Nuncio, solo diré que es de agradecer que se preocupe de quienes han ejercido el ministerio de legados pontificios en el pasado.

En esta ocasión, lo que motivó su visita, tal y como señaló el obispo de Santander al inicio de la celebración litúrgica, fue la visita que don Bernardito hizo a monseñor Pablo Puente, retirado y silente en una costera localidad cántabra. Un eclesiástico cuya vida, y pensamiento pasado y actual, bien merecerían un artículo.   

Aprovechando pues este ejercicio de las obras de misericordia, el señor Nuncio se hizo presente entre el pueblo de Dios que peregrina en Cantabria, con la mirada atenta al presente y, no sería descartable, al futuro de esa diócesis.

Así pudo comprobar en persona, al sentarse en la sede de piedra del presbiterio de una catedral reformada en la época contemporánea, lo complicado que es sentirse cómodo, y coger postura, en una Iglesia que, según se dijo, fue campo de experimentación del Concilio.

Una diócesis que, hablando de la historia de la evangelización del cristianismo en España, recibió la presencia del Evangelio muy tardíamente respecto a otros territorios y además de forma muy desigual. Bueno, esto ocurrió con el Evangelio y también con la imprenta, por eso de la relación entre fe y cultura. 

Por eso hay que destacar, y agradecer, el detalle del Nuncio de acompañar a uno de los obispos que con más rectitud de intención y generosidad ha servido a la Iglesia en la España reciente, don Manuel Sánchez Monge.

De la escuela del cardenal Blázquez, don Manuel es un obispo que no ha tenido otra pretensión que la de sembrar la semilla del Evangelio y hacer que las personas se encuentren con Jesucristo. Un encuentro sin glosas, según el modo de la reciedumbre castellana.

 

Cuando ha tenido que alegrarse, se ha alegrado, cuando ha tenido que sufrir, también injustas campañas, ha sufrido. Siempre con una ejemplar perspectiva sobrenatural y con una sonrisa que escondía no poca ironía palentina.

Hombre independiente de criterio, sin obediencias debidas en la Conferencia Episcopal, desde el pasado mes de abril, presentó la preceptiva renuncia por edad al papa.

Por lo tanto, se suma a la no pequeña lista de diócesis que viven un tiempo de transición que puede ser algo más que una mera transición. Habrá que esperar a que la diócesis viva ese nuevo comienzo que representa la llegada de un nuevo padre y pastor.

Un obispo que no tenga hipotecas, que no responda a nada más, ni a nadie más, que a su conciencia y a la Iglesia que sirve, que mire más allá de sí mismo y que sea capaz de crear comunión y no ser causa de división y conflicto.

Un obispo servidor de la verdad que haga posible superar un catolicismo entre aburguesado y noqueado por los vientos del norte de la historia. Un obispo que no sea producto de cambalaches, ni de jugadas sobre el tablero de ajedrez de las estrategias de posicionamiento.

No sé si estoy pidiendo mucho. Obispos de este perfil, gracias a Dios, los hay en abundancia en la Iglesia en España. Quizá de esos que nunca salen en los medios, de los que no se adornan, ni trabajan para ocupar titulares de prensa.

Algún día habrá que empezar a hablar de esos obispos que no están pensando todo el día en subir peldaños del escalafón, que pasan inadvertidos no porque no hagan nada, sino porque saben bien dónde tienen la mano derecha y la izquierda para extenderla a quien lo necesita, sin que se sepa.

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