Rufián, la cúpula de los obispos y la verdad

Gabriel Rufián.
Gabriel Rufián.

Ocurrió el pasado jueves en el Congreso de los Diputados. Se debatía el anteproyecto de Ley de Memoria Democrática. Otra Ley programática e ideológica de Sánchez y los suyos.

Rufián, portavoz de Esquerra Republicana de Cataluña, socio de Sánchez, al fin y al cabo, en su intervención y defensa de una enmienda a la totalidad, porque el anteproyecto le parece light, dijo lo siguiente:

“Señorías antifascistas de esta Cámara, ¿ustedes votarían una ley de memoria que no dedica ni una sola línea, ni una sola, a condenar la responsabilidad de la cúpula — no de la base, de la cúpula— de la Iglesia católica durante la dictadura franquista? El régimen se autocalificaba de nacional y de católico; nacional y católico. Señorías antifascistas de esta Cámara, en definitiva, ¿ustedes realmente votarían una ley de memoria sin memoria? ¿De verdad? Lo van a hacer porque tienen que hacerlo, pero es una vergüenza; catorce años después es una vergüenza. Los socialdemócratas y los democratacristianos alemanes se  arrodillaron  frente  a  las  puertas  de  Auschwitz  pidiendo  perdón.  Nosotros  no  les  pedimos tanto.”

El problema es que Rufián no es un Rufián cualquiera. Es la voz de quienes quieren utilizar, e instrumentalizar, la historia no como forma de conocer la verdad, sino como narrativa de poder. Un relato que produce división, fragmentación, conflicto, y que acaba, de hecho, con la reconciliación que ha permitido que los españoles vivamos en paz y progreso. Y que la Iglesia sea libre, en un Estado libre, para realizar su misión en una sociedad plural.

Vamos a ver cómo termina esta vuelta de tuerca a la Ley de Memoria Histórica. Y qué efectos va a tener tanto en la cultura como en la educación, incluso en las instituciones de Iglesia que se dedican a la enseñanza de la historia.

Porque si hay un aspecto de la naturaleza, también histórica, de la propuesta cristiana es la de la pasión por la centralidad de verdad en el tiempo. Es decir, la necesidad de afirmar la verdad de lo humano en el pasado y en el presente.

En el momento en que la Iglesia pierda esa pasión por hacer que la persona se construya desde la realidad de su vida, desde la verdad de su existencia temporal, se ha dado un tiro en el pié. La verdad y la vida, ¿O acaso el Señor de la Historia no se definió así?

La preextensión por la verdad de la conciencia cristiana, que es voluntad de verdad, se enfrenta hoy a la voluntad de poder que domina España. Si la conciencia cristiana no articula la crítica de la voluntad de poder desde la voluntad de verdad está, probablemente, siendo infiel a su naturaleza.

¿Hablarán de esto los obispos en un futuro texto holístico? Veremos. 

 

De momento hay que agradecer a Rufián que distinguiera la cúpula de la Iglesia católica de la base en la España franquista. Lo que pasa es que, también en eso, está equivocado.

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