La respuesta eclesial a los jóvenes

Un grupo de jóvenes con el Papa Francisco.
Sínodo Jóvenes

Dada la repercusión que ha tenido el artículo que escribí sobre el texto del cardenal Ángelo Scola, y el hecho de que no se haya publicado, me interpela para  abordar una cuestión que él plantea y que es nuclear para el futuro de la Iglesia, anticipada en la anterior columna.

Tengo que confesar que han sido unos cuantos los lectores que me han pedido el texto completo de Scola. Quizá habría que pedir el permiso para publicarlo íntegramente como un servicio a la fe y a la conciencia eclesial hodierna.

Plantea el cardenal Scola que “un estudio sobre la religión en la población juvenil en Europa muestra que los nones (por retomar la definición de los que no tienen religión) son la mayoría absoluta, el 55%, aunque se puedan constatar fuertes variaciones de un país a otro: desde el record de la República Checa con el 91%, al mínimo de 17% que se registra en Polonia”.

Los jóvenes europeos son, por lo general, agnósticos de segunda y tercera generación que “no han perdido la fe”. En realidad nunca la han conocido ni mucho menos han tenido experiencia de ella.  Y añade el que fuera arzobispo de Milán que en Italia, se podría decir como en España, en virtud de la permanencia de las raíces populares del catolicismo, todavía se trata de un fenómeno minoritario, aunque en aumento.

Atentos a lo que viene. Porque el cardenal Scola plantea una serie de cuestiones que están en el origen de esta situación y que nos debieran dar que pensar.

Afirma monseñor Ángelo Scola –perdón por la larga cita- que:

“Nuestros chavales siguen yendo en gran medida a catequesis, participan en los ritos y aprenden a acercarse a los sacramentos. Pero después de la confirmación, la mayoría de ellos desaparece del radio de acción de la parroquia, y con la adolescencia la separación de la Iglesia se convierte en un hecho consumado. De todo esto hay que concluir que ya ha pasado el tiempo de una acción pastoral que se revela como inadecuada.

La introducción de los niños en la vida cristiana se realiza siguiendo un modelo que duplica el itinerario escolar, según el cual la catequesis es el momento de aprender y los sacramentos cumplen la función de exámenes finales. Una vez que se ha cumplido con la obligación, se pasa a otra cosa. Se trata de una ruptura brusca que se intenta remediar con la pastoral juvenil. El mismo término ya indica que nos dirigimos a los jóvenes a partir de un esquema organizativo fundado en la separación respecto a lo que se propone a los adultos. Y esta separación, a mi parecer, daña a unos y a otros, porque, por un lado, confina la educación juvenil es una especie de recinto, en un sector aparte, y, por el otro, confía a los laicos adultos responsabilidades que tienden a ser vividas en clave de poder. Tenemos que liberar a la pastoral juvenil de esquemas que ya no son eficaces. Por ejemplo, pienso en las Jornadas Mundiales de la Juventud: nacidas de una intuición genial de Juan Pablo II, han cambiado la vida de muchos jóvenes, haciéndoles redescubrir el significado concreto de la palabra vocación. Eran eventos que tenían la impronta visible y llena de entusiasmo de la fuerte personalidad del papa polaco, por tanto, es inevitable que sin él las JMJ hayan sido cada vez menos incisivas, convirtiéndose en un forma un poco envejecido y repetitivo en el contexto actual”.

En la famosa novela “On the road” de Kerouac, una persona intenta ofrecer un trabajo a un grupo de jóvenes vagabundos y se dirige a ellos diciéndoles: “Chicos, ¿vais a un lugar preciso o viajáis sin meta? No comprendimos la pregunta y, sin embargo, era una pregunta de una maldita claridad”.

 
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