Los renglones rectos de Dios

Decía el escritor Paul Johnson que no escribía artículos sobre el misterio de la Encarnación en Navidad, ni sobre el mal en el mundo en Semana Santa. Pues yo si voy a escribir sobre los misioneros con motivo del Domund, el domingo mundial de las misiones.

Lo podría hacer cualquier otra semana, pero vamos a aprovechar los vientos favorables de la Iglesia, que se pone ahora en estado de conciencia misionera, al menos durante cuarenta y ocho horas. 

Los misioneros son los renglones rectos de Dios en un mundo de garabatos. La más acreditada tarjeta de presentación de la Iglesia, que no en vano es misionera por naturaleza. Los misioneros son la fotografía de la frescura, el aire limpio, la coherencia que anima y reanima. Los misioneros son, eso, misioneros. Los misioneros no tienen problemas de imagen, ni de marca, porque ellos son la marca de la casa. Se definen por la función y la función no solo los define, los configura.

No sé si los misioneros son ahora muchos o pocos. Solo me constan los datos que nos ofrece Obras Misionales Pontificias. Vayamos a ellos.

De las 2.998 diócesis en el mundo,1.113 son territorios de misión. En la base de datos de Obras Misionales Pontificias hay 8.748 misioneros españoles censados en activo y 2.273 regresados a España en espera de nuevos destinos o colaborando en la animación misionera. De ellos, el 54,24% son misioneras y el 45,76% misioneros. Perú, con 845 misioneros, es el país que cuenta con más misioneros españoles, seguido de Venezuela, con 816,  y Argentina, con 555. Por continente el 69,42% de los misioneros está en América; 12,02% en África; el 6,13% en Asia; el 0,37% en Oceanía; y el 12,06% en Europa.

De los misioneros españoles, el 1,06% son obispos; el 50,01% religiosas; el 33,87% religiosos y el 7,67% sacerdotes.

La misión es el presente y el futuro de la Iglesia. Los misioneros nunca son suficientes. Parecen muchos, pero siempre son pocos. El relato, la narrativa se dice ahora, sobre la misión también ha cambiado. Como la Iglesia.

Pero lo que no cambia es la imagen del misionero que por estar más cerca de la pobreza de la humanidad y del hambre de Dios, está más pegado a la santidad de vida. Hay quien se ha empeñado en colocar al misionero solo al lado de la causa humanitaria. Pero donde está el misionero es bien juntito al lado de la causa de Dios, que es la vida del hombre. El misionero no tiene nada material suyo, y lo da todo. O lo tiene todo –el Evangelio sin glosa-y no se queda con nada. El misionero es una paradoja de amor en un mundo envuelto en celofán de apariencia. Por tanto, vive muy junto a la sola voluntad de Dios y a su presencia. Y eso es lo que atrae.

Esta es la narrativa maestra. 

 


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