En recuerdo del P. Manuel Iglesias, S.J.

El jesuita Manuel Iglesias (1934-2022).
El jesuita Manuel Iglesias (1934-2022).

En estos días de adviento, de esperanza, de tensión hacia esa plenitud a la que apunta siempre el futuro como oportunidad, recibí, por la rápida y siempre generosa información de mi admirado Pablo Cervera, la noticia de la muerte del P. Manuel Iglesias, jesuita, jesuita, jesuita.

Son ya unos cuantos los Ejercicios Espirituales que uno lleva a las espaldas.  Bueno, un purista diría que más que Ejercicios Espirituales more san Ignacio, días de retiro según el método ignaciano. Es cierto que aún no ha llegado el tiempo de Ejercicios de mes, aunque sean en Pedreña, que es como decir en el barrio de al lado.

Sin embargo, recuerdo con especial intensidad los Ejercicios que nos predicó el P. Manuel Iglesias a los miembros de la ACdP del Centro de Valladolid en la Santuario de la Gran Promesa, que dirigía entonces un sacerdote bien espiritual, hoy arzobispo de Toledo.

 Fueron aquellos tiempos nada fáciles, por razones varias. Fueron aquellos Ejercicios un bálsamo de gracia. Aquellas meditaciones del P. Iglesias que hablada de Dios con la naturalidad con la que respiraba, con la sencillez de una ósmosis permanente de bondad, gracia y sabiduría.

Con una erudición más que notable, sin afectaciones, sin sobresaltos, iba desgranando la Sagrada Escritura. La palabra de Dios se le volvía vida, sabía a verdad. Por mucho que digan los que rechazan hablar del diablo, del infierno, aún recuerdo el análisis etimológico que hizo de la palabra diablo, sus orígenes iránicos, sus expresiones culturales…

Y también la oportunidad que perdí de haberle comentado más de lo que me ocupaba y preocupaba en se momento.

Habían sido antes varias las ocasiones en las que había visitado al P. Iglesias, Manuel, en Villagarcía. Porque, por cierto, también había otro P. Iglesias, Ignacio, su hermano, que ocupó cargos importantes en la Compañía de Jesús. La diferencia entre un hermano y otro solía ser objeto de fáciles dialécticas, entre amigos, aunque fueran juegos verbales.

Tengo que confesar, también, en este breve descargo personal de conciencia jesuítica, que junto con el P. Víctor Serrano, mi confesor de niño, entre otras razones por pura cercanía geográfica, el P. Manuel Iglesias representó para mí siempre el modelo de jesuita. Un hombre de Dios, culto, prudente, sabio y santo, fiel a la Iglesia, y con esa sotana con fajín cruzado. ¿Qué más puedo decir?

Como dice el bueno de Pablo en la necrológica que ha escrito sobre el P. Iglesias, “cuando se trataba de él, la cosa variaba: era "duro de pelar". Nunca quería aparecer, destacar. Lo suyo era el escondimiento y algunos nos "rebelábamos"”.

 

Cuando en los últimos tiempos, me he topado con jesuitas de todas las especies, incluso en situaciones nada agradables, en quien terminaba pensando es en el P. Manuel Iglesias. Que, seguro, ahora, habrá sonreído, y movido la cabeza, al leer esto desde el cielo.

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