En recuerdo de don Manuel Guerra

Manuel Guerra Gómez.

No he tendido la menor duda a la hora de decidir que don Manuel Guerra se merecía una columna aquí y ahora. ¿Quién fue don Manuel Guerra?, se preguntarán algunos lectores. Por responder solo con un argumento, el sacerdote y teólogo, 90 años de edad, 66 de sacerdocio, que más sabía de sectas y masonería en España, y no sé si en parte del extranjero.

Don Manuel falleció el pasado miércoles. Cuando recibí la noticia, la inmediata reacción fue una jaculatoria por su alma, aun teniendo la seguridad de que si hay un sacerdote santo y sabio ése era don Manuel.

La historia reciente de la Facultad de Teología de Burgos no se entendería sin don Manuel y sin la generación de profesores que convirtieron ese centro en un lugar en dónde, en medio del desconcierto teológico posconciliar, las ideas estaban claras y se enseñaban como tales.

La escueta nota necrológica colgada en la web de su diócesis decía que había sido “profesor de la Facultad de Teología, de la Universidad de Navarra y del Seminario de Toledo. Doctor en Filología clásica (por la Universidad de Salamanca) y en Teología patrística (por el Institutum Augustinianum de Roma), ha sido uno de los grandes expertos del mundo en el estudio de las religiones y las sectas. Fue consultor sobre el fenómeno sectario de la Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales de la Conferencia Episcopal Española y escribió una treintena de libros y decenas de artículos especializados y ponencias”.

Los que estudiamos la fenomenología de las religiones con los libros del padre Manuel Guerra, quienes pudimos aclararnos sobre algunas cuestiones doctrinales relacionadas con la antropología y su diálogo con la ciencia, o sobre el papel de los fieles laicos en la Iglesia, o la cuestión del sacramento del orden, y de la ordenación de las mujeres, debemos estar agradecidos al Señor por la amplia trayectoria académica de don Manuel. Sin olvidarme del griego bíblico, por cierto.

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Veo en Dialnet que su última entrada es un artículo, publicado en el número de 2019 de la revista Burgense titulado “¿Transmisión originariamente taquigráfica de las palabras de Jesucristo?”. Por si alguien se planeta si los Evangelistas llevaban micrófono incorporado.

Tuve la oportunidad de conversar con él un par de veces. Me ilustró, a partir de mis dudas,  sobre algunos aspectos  acerca del modo de actuar de la masonería en relación la Iglesia en España, pasada y presente. Incluso me puso en la pista de varios hechos y de varias personas. Era un hombre de consejo que no se arredraba ante los abusos y amenazas del poder manifiesto u oculto.

Tenía mucha información, había sufrido alguna campaña de acoso y desprestigio, pero su claridad de juicio, su amor a la Iglesia, su profunda espiritualidad que bebía de las fuentes de san Josemaría, no le permitían tambalearse. Por cierto que es de esos miembros de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz que salvaron, de forma silenciosa, no pocas cosas en la Iglesia. Espero que pronto podamos tener una historia de esos sacerdotes a la altura de la vedad del pasado.

Siempre relacioné a don Manuel, su vida y su trayectoria, con la historia reciente de la diócesis de Burgos. Quizá porque desde mi iglesia de origen, en la que tenía muy buenos compañeros y amigos sacerdotes, que lo son míos, a don Manuel se le tenía como una referencia imprescindible.

Descanse en la paz de Dios don Manuel, en el abrazo con el Cristo al que tanto amó.