La reacción de los lectores

Sacerdotes.
Sacerdotes.

Todo periodista que se precie valora la correspondencia con los lectores. Al fin y la cabo, los textos son el inicio de un diálogo privado y público. No en vano las noticias tienen como finalidad crear conversación, comentarios. No hay obra escrita completa sin recepción y percepción.

Cuando no existía el correo electrónico, ni los discutidos y discutibles espacios de comentarios a los textos, los lectores escribían cartas al medio de comunicación. Fui educado periodísticamente en la disciplina de que lo primero que debía hacer todas las mañanas era contestar a las cartas de los lectores.

Eran misivas en las que quienes querían decir algo, protestar, insultar, alabar, dar cera, manipular, acallar voces, lo hacían con nombre y apellidos, con su firma, su dirección postal. Esperaban una respuesta.  Unas veces lo hacían a gritos, otras como si fuera un susurro. Esa correspondencia ha hecho, no pocas veces, las delicias de los historiadores. Respecto a los anónimos, mi director de toda la vida los tiraba a la papelera nada más descubrir su naturaleza, la ocultación.

Mi columna pasada “Lo que le faltaba a la Iglesia en España” destapó no pocas curiosidades. Entre ellas, el correo de un santo sacerdote, medio jubilado, del que no voy a dar el nombre, pero seguro que no pocos adivinarán su identidad por lo que escribe.

Su reacción a mi columna me parece tan ejemplar que se la voy a reproducir. Si yo hablaba del problema grave de las vocaciones al sacerdocio en España, de la ausencia de determinados números, fíjense lo que me decía este buen sacerdote, que ha ocupado cargos relevantes en su diócesis. Y que, entiendo, al tener que tomar decisiones, no agradó a todo el mundo:

“Buenos días, llevaba un rato mirando ese guión que nos mandan cada mes para la oración vocacional en el seminario. ¡Tiene muy buena acogida entre los jóvenes!

Y leo tu artículo de hoy. Ese párrafo 'literariamente' tan bien escrito: 'en este momento en que'... y vas repitiendo ese inicio.

Hace años un sacerdote que murió recientemente ya muy mayor, nos decía: 'La  crisis de vocaciones quizá tenga una causa también: que no nos ven alegres y felices a nosotros'. Realmente lo he pensado y rezado muchas veces. Esas... en que te contaba que tomo la guía diocesana en la capilla de la residencia y paso lista a cada nombre de los sacerdotes de la diócesis ante el sagrario. Hay una sola fuente de esa alegría: la oración como cauce del amor ardiente a Jesucristo.  Alabo a esos curas que organizan tiempos de adoración... y ellos están en el primer banco durante ese tiempo.

Te cuento una cosa de Lolo. 

 

Los jueves le llevaba yo la comunión y me quedaba ya la tarde entera; mientras él daba gracias, yo me entretenía preparando el trabajo que tuviera él para hablar conmigo. Un día me pidió después de comulgar que leyera una carta que tenía allí redactada. Era a un sacerdote que 'lo dejaba'. ¡Única vez que oí a Lolo quejarse! : "¿Crees que a mí no me cuesta mi cruz? No quieras dejar la tuya". En aquellos días escribió la preciosa oración por los sacerdotes...”.

¿Qué les parece? Por cierto, esa oración de Lolo es magnífica. Se la recomiendo, también a los que parece que tienen mucho tiempo libre.

                                 

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