Tienen razón don Ricardo

El cardenal Ricardo Blázquez, en su discurso inaugural de la Asamblea Plenaria de los obispos, un texto de máximos dentro de los mínimos que hay que agradecer, dijo aquello de que “la Iglesia, que colaboró específicamente en la transición política, aunque no siempre sea reconocido, desea continuar cumpliendo su misión de reconciliación y de pacificación”. Insisto en esa coletilla especificativa “aunque no siempre sea reconocido”.

A renglón seguido añadió: “El ministerio de los obispos y presbíteros está al servicio de la comunión eclesial; y, por ello, también de la convivencia pacífica de los ciudadanos. Nuestra renuncia a la militancia política favorece que nadie se considere extraño a la comunidad cristiana por opciones legítimas”.

Acaba de publicarse un extenso volumen escrito por el historiador Santos Juliá, colaborador habitual del diario “El País”, catedrático de Universidad,  con el título “Transición. Historia de una política española 1937-2017”. En más de seiscientas páginas se adentra en la historia política reciente de España a través de un análisis sobre la Transición o las transiciones que se han producido en el interno de la sociedad y de la política española.

El libro es algo más que una historia reciente de España en la que se van detallando los momentos, los procesos, las personas, las acciones, los acontecimientos que hicieron posible la democracia y, por tanto, la Constitución.

Según este autor, la Transición, tal y como la entendemos, fue ampliándose como campo semántico a medida que transcurrían las décadas.

Para simplificar diría que el libro tiene una perspectiva en la que juegan un papel destacado los actores políticos de izquierdas, para sostener, entre otras tesis, que los medios de la izquierda, que fueron artífices y defensores de la Transición, han padecido en la actualidad un borrado de su memoria y han entregado el patrimonio de la Transición a la derecha.

Pero la pregunta que nos ocupa, en la línea de lo dicho por don Ricardo, es qué papel juega la Iglesia en ese largo período, en la conformación de esa línea de transiciones reales que conformaron la Transición.

A decir verdad, nulo o escaso con tres referencias solo, en todas las páginas, a cuestiones referidas a la Iglesia.  Si bien es cierto que hay un reconocimiento al cambio de la Iglesia respecto al régimen, a partir del Vaticano II respecto a  la recepción de determinados mensajes, “Pacem in terris” –según el autor- por ejemplo, se recogen algunas perlas que dan que pensar.

Por ejemplo cuando dice, refiriéndose a los Acuerdos Iglesia-Estado, que “de dudosa constitucionalidad, aun si fueron aprobados días después de promulgada la Constitución, estos acuerdos, y las normas legales que los han desarrollado desde su aprobación, han garantizado a la Iglesia importantes privilegios fiscales, una sustancial aportación económica de parte del estado, la enseñanza de la religión católica en los centros públicos y la consolidación por conciertos de su extenso sistema de enseñanza”.

 

Más adelante, a la hora de hablar de la amnistía, se refiere a la visita que el 16 de diciembre de 1974, Ruiz-Giménez y Rodríguez Ugarte hicieron al cardenal Tarancón que se mostró “cordial, pero un poco a la defensiva” para pedirle que la Iglesia se implicara en una específica solicitud de amnistía promovida desde abril de 1974 por Ruiz-Giménez.

Dice el autor que los obispos no introdujeron la palabra en su declaración final porque “es sabido que, cuando en la cúpula de la jerarquía eclesiástica reina la división, las declaraciones de sus asambleas ascienden al cielo de los buenos propósitos y de los consejos morales, evitando así llamar a las cosas por su nombre, como probablemente hubiera deseado la facción más avanzada de la Conferencia Episcopal  y el cardenal Enrique y Tarancón”.  

Y poco más. Bueno, sí alguna invectiva en el tema de los obispos vascos y ETA, pero eso es para otro artículo.

Por tanto, don Ricardo, tiene usted razón. Pero, ¿por qué ocurre esto? Y ¿qué se puede hacer?


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