Queridos Reyes majos…
Aunque ya habéis pasado por casa y habéis sido tan majos como siempre, no quería dejar de escribiros esta carta con mis deseos para la Iglesia, también en España, en este nuevo año, que algunos denominan postpandemia. No sé, quizá haya que ir pensando en que será el año civil prepandemia, porque de éstas me parece que vamos a seguir teniendo.
Serán tres, por eso de la costumbre que tenemos, desde que los niños eran pequeños, de hacernos tres regalos máximo. Tres y solo tres.
El primer deseo viene de la mano de las últimas palabras del filósofo alemán Peter Wust, un existencialista cristiano. Las pronunció en el umbral de su lecho de muerte: “Y si antes de que me marche, y además ya para siempre, me preguntaran si no conozco una llave mágica que le abra a uno la última puerta a la sabiduría existencial, les respondería: “Por supuesto que sí”. Y esa llave no es ciertamente la reflexión, como quizá esperarían oír de labios de un filósofo, sino la oración (...) Las grandes cosas de la existencia solo se les conceden a los espíritus orantes”. Concededme por favor espíritu de oración.
Un segundo, en palabras del joven Joseph Ratzinger, referido a los obispos y a la Iglesia institucional. “Ya en aquel entonces –los años de su juventud- me daba cuenta de que ellos (los obispos), con la lucha por las instituciones, estaban ignorado en parte la realidad. Pues la mera garantía institucional no sirve de nada cuando no hay personas que la hagan valer por convicción interior”. Ayudadme por favor a crecer en convicción interior respecto a lo esencial de la Iglesia.
Y una tercero, parafraseando a Claudel, cuando dijo aquello de que “antes de cambiar el mundo, quizá sería importante no destruirlo”. A veces, queridos Reyes majos, tengo la impresión de que algunos de los que dicen que están empeñados en cambiar la Iglesia, convendría que antes no la destruyeran.
Dadme pues lo que escribiera, en los primeros años 50, Henri de Lubac en medio de su proceso de condena oficial: “Por mucho que las sacudidas que me alcanzan desde fuera agiten mi alma de raíz, nada podrán contra las cosas grandes esenciales que constituyen cada instante de nuestra vida. La Iglesia está siempre ahí, maternal, con sus sacramentos y su oración; con el Evangelio, que transmite íntegro; con sus santos, que nos rodena; en una palabra, con Jesucristo, al que nos entrega en mayor media incluso cuando nos hace sufrir”.
Mil gracias, queridos Reyes magos y majos, muy majos.