Lo que pasó en la Colegiata de San Isidro

Los obispos en la colegiata de San Isidro.
Los obispos en la colegiata de San Isidro.

Estuve el miércoles pasado en la madrileña Colegiata de san Isidro.

“Vienes a ver a los obispos”, me preguntó alguien a la entrada. “No, vengo a misa. Y de paso veré a los obispos y aprovecho para saludar”, contesté. La Colegiata es una de mis iglesias de referencia para la misa en vena. Pero a las 20.00 horas.

La Colegiata de San Isidro no es cualquier iglesia. Es la síntesis del catolicismo madrileño, esa forma de entender la vida de fe, la devoción, que tanto le traía de cabeza a Ortega y Gasset. Catolicismo popular, culto, festivo, barroco.

Allí está el cuerpo del santo patrono de Madrid, y de su santa, de ese santo de devoción popular incuestionable. Lugar ideal para rezar por el arzobispo de Madrid.

La Colegiata es la síntesis de la historia de la archidiócesis de Madrid y de Iglesia en la España contemporánea. Entras al templo pisando el sepulcro de don Casimiro Morcillo. Cuando vas a comulgar pasas por encima del cardenal Vicente Enrique Tarancón y al llegar a la altura del sacerdote, te encuentras sobre los retos del primer obispo de Madrid, asesinado por un cura bastante perturbado.

Ya se ve que el desvarío mental es un riesgo del que nadie está libre por estos predios.

Por cierto, que si tiene una impronta esa iglesia, es la jesuítica, lo que confiere más morbo a esta historia. Qué más queremos…

El miércoles pasado la Conferencia Episcopal Española peregrinó a la Colegiata en estas vísperas de la conclusión de un Año Jubilar de San Isidro que, ciertamente, no parece que vaya a pasar a la historia de la Iglesia por sus fastos.

Tenía cierto interés en ver la procesión de entrada, que fue parcial dado que la mayor parte de los obispos estaban ya en los bancos cerca del presbiterio. Hay que poner cara a las nuevas incorporaciones.

 

Me alegré de ver al párroco de la Colegiata entre los primeros sacerdotes de una procesión compuesta por la cúpula de la Conferencia. A don Ángel Luis Miralles la santidad se le escapa por los cuatro costados.

El protagonismo, al inicio de la misa, lo tuvo el presidente de la Cofradía de san Isidro, de los  venerables hijos de Madrid. Yo no soy hijo de Madrid, pero mis hijos sí lo son. Bueno, no todos.

Un señor presidente, Luis Manuel Velasco, con el que he cruzado esporádicas palabras, que siempre me ha parecido un caballero, íntegro, que ha servido a la Iglesia, y que ha sufrido por la Iglesia y con la Iglesia, hasta lo no dicho y no por decir, de momento.

Inmediatamente crucé la mirada con mi admirando monseñor Martínez Camino, al que la devoción a san Isidro y el Año Jubilar le deben no poco. No solo por la investigación científica sobre los restos del santo, que considero una de las decisiones más acertadas de este Año. De hecho, si por algo pasará a la historia este Año Jubilar, será quizá por eso.

Pues ahí tenemos a don Juan Antonio dedicado a los santos y a los mártires, a los muertos, por despecho de los vivos.  

Como no es que sobrara mucho sitio, hice un mutis por el foro y me fui a una capilla lateral a centrarme en la misa.

Sentado en un banco, entre señoras mayores fieles al santo y a la peana, a la sombra de la Virgen del Carmen, oí una conversación que procedía de otra dimensión. Una conversación que, a vuela pluma, reproduzco:

  • Don Casimiro, qué alegría, nuestros hermanos aquí con nosotros y entre nosotros, en el piso de arriba, qué alegría.
  • Don Vicente, usted tan parlanchín como siempre, cómo me recuerda el Concilio. Bueno, usted era muy joven. La colegialidad horizontal y vertical, la comunión episcopal, que ahora dicen que se llama sinodalidad efectiva. Seguro que recuerda aquellos primeros años de la Conferencia, aquella primera reunión en Roma, y la de Madrid...
  • Le aseguro que no se me ha olvidado. Y no se han olvidado de nosotros, nos han citado de pasada. Ya ve, las nuevas generaciones, con sus luces y sus sombras, demos gracias a Dios por la continuidad de la Iglesia en la sucesión apostólica.  
  • Espere, espere, que están en la homilía. ¿Qué ha dicho de “celos y envidias”? La condición humana, no sé, me he perdido, creo que se refiere a la desesperanza.
  • No me parece, don Casimiro, que estemos en una Iglesia desesperanzada. Todo lo contrario, sí una Iglesia que ha cambiado… se les ve mayores, bueno, fíjense en esos jovencitos. Se nota que estamos en tiempos de cambio.
  • Don Vicente, les he oído comentar que están preocupados por el liderazgo. Ya se darán cuenta… Ah y que hablan mucho de Madrid.
  • Escuche don Casimiro su oración interior. Lo que nos costó “Christus Dominus”, padres y pastores, pastores, a la cabeza del rebaño, con las ideas bien claras, no líderes pensando en lo que dirán…  
  • Que no, don Vicente, que los tiempos han cambiado, que la Iglesia… Aunque fíjese, sigue la tortícolis de mirar a … Madrid, qué gran iglesia. No se conquista en una hora. Nos sumus tempora… 

Esto es lo último que escuché. Fin de la misa. Palabras certeras del cardenal Omella en modo oración rogatoria a san Isidro. Colegialidad afectiva y efectiva, también histórica.

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