El posconcilio, no el paraconcilio

Es hora de volver al Concilio. A los textos y a los contextos. Mucho se está publicando con motivo de esta efeméride. En primera instancia recomiendo un primer y jugoso libro: el del sacerdote de Jaén, que fuera Deán de la Catedral y Administrador Apostólico, Rafael Higueras. Horas y horas ha volcado don Rafael en leer los gruesos tomos de las Actas del Concilio, y las páginas de la prensa de la época, para entregarnos una crónica del Concilio que parece escrita por un testigo presencial de lo que ocurre estos días.

Nuestro autor se convierte, por tanto, en lector y en intérprete autorizado de textos, que son vida, y nos obliga a ser lectores e intérpretes.

Más allá de la superación de la dialéctica entre la urbs -Roma y sus instancias- y el orbis -la catolicidad, las iglesias locales-, la historia del Concilio Vaticano II es tan apasionante como la vida de la Iglesia misma. Hay ya una cierta distancia de los acontecimientos, máxime para las generaciones que emergen y que nacieron -nacimos- años después de que el Concilio hubiera finalizado.

Una vez más nos preguntamos, después de una atenta lectura de estos folios, dónde están los diarios de los padres conciliares españoles, fuente que, sin duda, nos ayudará a conocer, un poco más, lo que ocurrió y por qué ocurrió lo que ocurrió. ¿Dónde están, y por qué no se han publicado aún, por ejemplo, las memorias de don Casimiro Morcillo? Dejemos ahí la pregunta de unos folios que trabajaron el difunto monseñor Eugenio Romero Pose y algunos profesores de teología de san Dámaso, y que no estaría de más salieran a la luz pública en estas fechas.

La renovación de la Iglesia, en la dialéctica entre ressourcement –retorno a las fuentes de la sabiduría antigua- y aggiornamento, no debe confundirse con la ruptura; quizá quienes no entendieron el Concilio Vaticano II en su plenitud fue porque aplicaron las categorías de ruptura donde hubieran debido decir renovación desde la profundización.

Hans Urs von Balthasar, en su diálogo con el entonces profesor Ángelo Scola, de 1986, dijo: "Se ha aludido ya al hecho de que muchas cosas en las estructuras preconciliares se habían convertido en corteza inerte. Evidentemente se entendió mal la palabra aggiornamento: la Iglesia debía ponerse interiormente en condiciones de afrontar el mundo nuevo con sus fuerzas más originales. Este aggiornamento, en cambio, se tomó como "pretexto" (para decirlo con san Pablo en Ga 5, 13) para mundanizar la Iglesia. En este punto el Papa y el cardenal Ratzinger tienen absolutamente razón: los desórdenes posconciliares no se pueden achacar al Concilio".

A estas alturas, ya sabemos qué pasa cuando el Concilio, y el posconcilio, se convierte en paraconcilio.

José Francisco Serrano Ocejajfsoc@ono.com

 
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