La política de una buena parroquia

Santa Misa en una parroquia.
Santa Misa en una parroquia.

En estas vísperas electorales, en un año en el que todo es electoral, conversaba hace unos días con un joven párroco de una localidad de la Comunidad Autónoma de Madrid.

Me van a permitir que no especifique ni el nombre del sacerdote, ni el de la parroquia, se imaginarán ustedes por qué. Sólo diré que pertenece a una diócesis sufragánea de Madrid. 

Hablábamos de lo que significa una parroquia activa, generadora de vida y de movimiento espiritual, en una localidad que algunos considerarían un pueblo, pero que se puede entender es una pequeña gran ciudad por el número de sus habitantes.

Me contaba su sencilla experiencia. Al margen de la numerosa población a la que atiende, la parroquia, en este momento, se caracteriza por haber intensificado los procesos de primer anuncio y por los primeros frutos vocacionales. Varios jóvenes comenzaron el curso en el Seminario y en la vida religiosa.

Pero lo que más me llamó la atención fue una referencia que hizo a la obsesión del alcalde con la parroquia. Resulta que el regidor, en este largo proceso electoral, no paraba de decir, a quien le quiera escuchar, que su principal miedo es que la parroquia se está convirtiendo en un centro de intensa actividad social y que eso, tarde o temprano, iba a tener repercusiones políticas, es decir, en el voto.

Se puede sospechar que el alcalde, candidato de un partido política al uso, sabe que la parroquia es un ámbito de libertad. Que ahí su influencia es grande en cuanto a persuasión política.

Y que el alcalde no controla esa libertad, ni alcanza a saber cuáles pueden ser las consecuencias de que los fieles se unan para celebrar los sacramentos, para formarse, para la actividad caritativa y social, que no es menor.

En la parroquia, me decía el sacerdote, como tal no hay un grupo dedicado al compromiso político, pero es la experiencia de fe la que está inevitablemente dando forma a ese compromiso social y político.

Una experiencia que se percibe en la iniciativa de los grupos juveniles de atención a los más vulnerables y necesitados, a las antiguas y nuevas pobrezas, en la reivindicación de la dignidad humana desde el momento de la concepción hasta el final de la vida, en las soluciones prácticas al problema de la vivienda.

 

Los sacerdotes saben que su predicación está volcada en la propuesta de la santidad, que implica una invitación al encuentro personal con Jesucristo.

Es ésta propuesta la que ha roto con el proceso de privatización de la fe ante la necesidad de los fieles de expresar su testimonio de vida en verdad. Y de compartir un testimonio que tiene repercusiones relacionales, sociales.

Mira tú por dónde que los sacerdotes de esa parroquia, sin pretenderlo, han sembrado la semilla de una feligresía que también ha roto con la dinámica del miedo a la manifestación pública de la fe en sus expresiones regulativas de las formas de participación democrática.

Por eso el alcalde, que sabe de qué paño está hecho su pueblo, se ha obsesionado con la parroquia. Y no es para menos.

Quizá sea una nueva versión del Don Camilo y Peppone de Giovanni Guareschi, menos clerical. O quizá sea un fruto de una forma de la propuesta cristiana que, en Madrid, no es un caso aislado. Hay más. Ésa es la diferencia.

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