Un piso con vistas al olvido

Hace mucho tiempo que un profesor, en aquella alma máter de la Salamanca eterna en la que se formaron generaciones de cristianos destinados a la vocación intelectual de la presencia pública, sacerdotes, religiosos y religiosas, obispos, y hasta cardenales, enseñaba aquello del “Amicus Plato, sed magis amica veritas”. Y también el tan teresiano “la verdad padece, pero no perece”.

Cuando el lunes nos desayunamos con la página de El País, firmada por Juan González Bedoya, sobre el piso del cardenal Rouco y sobre el proyecto de “escrache” que algunos grupos de cristianos de base, -de qué base me pregunto-, pretendían, me acordé del “Magis amica veritas” antes que del “Amicus Plato”. Se cerraba, con esa información, un ciclo de la noticia, y se abría otro. 

Pensé que una de las ideas elementales del periodismo es que su naturaleza intencional se expresa en los procesos, no solo de producción de la noticia, también en su vida o recorrido a través del sistema de medios. De esto saben mucho quienes están dedicados a organizar campañas múltiples, es decir, los asesores de comunicación de los políticos. 

Lo que concluía con esa página de periódico era el primer ciclo de la naturaleza de esa información. Lo que comenzaba era el ciclo de la “elevación” de esa información en otros sistemas de medios, con argumentos del “todo vale para todos”. Lo humano es siempre lo del límite. Argumentos “ad hóminem” al margen.

Lo primero que hay que hacer es ir al contexto. Solo el hecho de que esta página de periódico se publique en medio de la campaña sobre la Asignación Tributaria hace que la narrativa transite por lo casual hacia lo causal. Significativo. También, como lector de El País, me gustaría que ciertas aperturas se construyeran no con corta y pega de otros medios, y de comunicados, sino con periodismo de investigación de fondo. Un caso, ningún caso, solo un caso; aunque sea el del cardenal Rouco, arzobispo emérito. ¿No enterramos a Freud hace mucho tiempo?

Habrá que relacionar este segundo ciclo con el protagonismo no de la prensa, que al fin y al cabo, es un medio de minorías, sino de la televisión, segundos y minutos dentro del sistema del espectáculo, de las tertulias y del entretenimiento, a partir de la dialéctica de buenos y malos, es decir, de la política de amigos-enemigos. No hay más que recordar la programación de La Sexta, en la tarde noche del lunes, para confirmar lo dicho. Por cierto, La Sexta, de la familia de la quinta, de la cuarta...

La cuestión, por tanto, ya no está en la naturaleza de la información, es decir, en el piso, y en el hecho de que el cardenal Rouco viva en un determinado piso. Una vivienda, por cierto, que no es de su propiedad, que es patrimonio de una Fundación eclesiástica, que no prejuzga nada más que el hecho de que vive en Madrid, en una vivienda de determinados metros cuadrados que lo son porque lo eran, no se han añadido... El más o el menos no cambia la especie. No es el piso, es la historia.

Tal y como reconoce el texto de El País, si por algo se caracteriza la vida del cardenal Rouco es por la austeridad. Un hombre que tiene alergia a todo gasto superfluo, y a las apariencias, ahora enjaulado en una polémica pública que, como siempre, se utiliza para sembrar en otros predios.

Lo que se pretende, ya en los textos televisivos, es decir más de lo que se dice, se traspasan por tanto los límites de lo noticioso hacia lo demagógico. Y, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, la Iglesia vuelve al escenario público para ser objeto de la diana de los estereotipos, los fáciles comentarios, tópicos al uso, las divisiones preceptivas entre unos y otros.

 

Atrás quedó el sensacionalismo burdo de un semanario político-pornográfico, bueno, erótico-político, por eso de que soy lector de R. Barthes, con toda clase de lujo fotográfico –con fotos que ya me hubiera gustado saber cómo han llegado ahí-. Ahora estamos en el “show bussines” en el que vale todo.

No debemos olvidar lo que el arzobispo de Madrid, monseñor Carlos Osoro, dijera en una reciente entrevista en la SER: “Quién conoce a Rouco Varela no puede interpretar las cosas de esta manera”. Respondió lo que consideraba que debía decir con una voluntad explícita de cerrar este capítulo. Y lo repitió en una entrevista en la revista Tiempo.

Además, hay que sumar las declaraciones del Presidente de la Conferencia Episcopal, cardenal Ricardo Blázquez, en otra entrevista a Radio Nacional, con expresiones también cargadas de especificativas y de una pedagogía que a buen entendedor pocas palabras: “Rouco necesita una casa con ciertas calidades y comodidades, porque es una persona que tiene una trascendencia importante en la Iglesia y en la sociedad y, como tal, tiene que invitar a determinadas personalidades y tener esa infraestructura para acogerlos con la normalidad que se requiere”.

Pero, erre que erre, la secuencia continúa. La Iglesia en el pim-pam-pum. ¿Se trata de otra cosa y de otra causa? Habrá que esperar a que amaine el temporal y el horizonte se despeje. Y el piso donde vive el cardenal Rouco –que viva por cierto donde considere oportuno, o donde pueda, o donde le dejen; ¿quién soy yo para juzgar?-  nos permita asomarnos para contemplar el horizonte despejado de la memoria en detrimento del olvido.

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