Periodistas, a hacer la calle

Beato Lolo a la derecha.
Beato Lolo a la derecha.

Precioso este último mensaje del Papa con motivo de la 55 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. Lo mismo cita a Manuel Lozano Garrido, nuestro Lolo, que a W. Shakespeare, ahí es nada.

Se ve que al Papa Francisco le gustan las esencias. También las del periodismo. Aquí tenemos un párrafo bien interesante, que dicen por allá: “La crisis del sector editorial puede llevar a una información construida en las redacciones, frente al ordenador, en los terminales de las agencias, en las redes sociales, sin salir nunca a la calle, sin “desgastar las suelas de los zapatos”, sin encontrar a las personas para buscar historias o verificar de visu ciertas situaciones”.

Lo que el Papa está diciendo es el pan nuestro de cada día. Recuerdo una redacción de un diario de Información general, en una isla española, en el que los periodistas no salían nunca a la calle. Las noticias les llegaban a su mesa sin tener que levantarse. Claro que ese periódico había entrado en una crisis económica y de prestigio galopante, entre otras razones porque todas sus páginas o eran publicidad o eran propaganda.  

Si las noticias no se pescan en la calle, en la vida, en las conversaciones, en los encuentros, tenemos el riesgo de hacer un periodismo cuyas fuentes sean solo las terminales generadoras de discurso, que suelen estar ligadas a los centros de poder. Es decir, aquellos núcleos que están preparados para lanzar mensajes. Un periodismo en manos solo de gestores de mensajes se convertiría en el espejo de una ficción social y política. Y algo de esto está pasando.

Otro de los riesgos de no hacer periodismo de y en la calle es el de centrar el periodismo en la opinión, el exabrupto, el mensaje polarizado o conflictivo escrito en limitados caracteres. Lo que une es la verdad contenida en la información. Lo que separa son las opiniones. También en la Iglesia.

¿Existe el riesgo de un periodismo de despacho en la información religiosa? Por supuesto que sí. Es urgente salir de los comunicados, de las declaraciones, de las notas, de las indicaciones de los gabinetes institucionales, de la apariencia de noticias que esconden opiniones en las webs oficiales. Volver a la calle, a la Iglesia de las aceras, a las parroquias, a los centros de vida eclesial.

Ahí es dónde uno descubre qué es lo que le interesa a la gente en cada momento. No un periodismo que interese solo a la jerarquía, a tal o cual obispo, porque el protagonista es él. Y no establezco de fondo dicotomías fáciles. El alejamiento de determinada jerarquía de la realidad social, por muy en la onda que se cree estar, es cada vez más preocupante.

La información religiosa está demasiado volcada en la fotografía de los líderes de la palabra, que suelen ser los del poder, y no en los servidores de la palabra. Referentes cada vez más diluidos en un paisaje de fondo que ha deslegitimado el valor del mensaje eclesial por la vía de los hechos. Discursos de obispos, cartas de obispos, pastorales de obispos, semanales, quincenales, mensuales, que llevan mucho tiempo de preparación. ¿Sólo por y para ocupar espacio, para que se diga que se está presente? Sobre todos los temas divinos y humanos…

Me gustaría saber de verdad, cuántos las leen, qué textos escapan a lugares comunes, abren horizontes, despiertan conciencias. Muchos de los discursos eclesiales producen empacho porque repiten argumentos hasta la saciedad. Tendría que existir un canon del CIC que dijera que solo se debiera escribir cuándo se tuviera algo que decir.

 

Lo más fácil es ir de carril, que dicen los castizos. ¿Y la creatividad que nace de la fe y de la esperanza? Pero la creatividad, como la verdad, como la vida, está en la calle y no en los calurosos y seguros despachos.

Equivocados estamos si pensamos que es mejor, también para los periodistas, seguir las normas del dictado sugerente de fuentes relevantes que pringarse las manos, llenarse de barro, pisar la nieve, pasar frío en los destartalados y desordenados despachos de los curas, de los voluntarios, de los fieles que trabajan en las parroquias, mucho más destartalados por el ritmo de la vida de lo que pensamos. Y no digamos nada de los portavoces eclesiales, oficiales u oficiosos, con tendencia a desprender un olor a intoxicación y amenaza que echa para atrás.

La vida y la calle. El Papa nos manda a hacer la calle para ganarnos el sueldo. El mejor consejo, sin duda.

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