Y un periodista se subió al altar

No es frecuente que un periodista se suba al altar de Dios, al Dios que alegra mi juventud. Bueno, periodistas santos, incluso de andar por casa, hay unos cuantos. Por no recordar a mi querido beato Lolo.

Pero hete aquí que el periodista del que hablamos está en activo y, además, dirige un periódico de información general, de tirada nacional. Más mérito.

A la sombra de una luz tenue, anaranjada tirando a rojiza, que ilumina con no mucho acierto la reconstruida catedral de Santander, que tiene una sola joya para la historia, que es historia, también de la ciencia hispánica, el sepulcro de don Marcelino, sí, don Marcelino Menéndez y Pelayo, a la sombra de una piedad de Victorio Macho que es una delicadeza y una delicia, espíritu puro, habló el periodista.

En ese templo neogótico que por la limpieza de la piedra da gusto, bregado por el salitre de la bahía de Santander, mi cuna, mi bahía, bella entre las bellas del harén de España, Gerardo Diego, en esa Catedral fortaleza, muro de castillo de fe que oculta la cripta del Santísimo Cristo, origen de la ciudad, promontorio,  el sábado pasado, el director del diario ABC, del mismo grupo que del rentable “El Diario Montañés”, pronunció el Pregón de la Semana Santa santanderina.

Una semana, hebdómada, procesional, diremos, a lo santanderino o cántabro. Ya se sabe, ni castellana, ni madrileña, ni andaluza, ni mucho menos sino todo lo contrario. Una semana santa cuya calle principal es una línea paralela también a la bahía, siempre la bahía.

Pues hete aquí que Bieito Rubido se subió al presbiterio, que no al altar, y en un ambón improvisado hizo una oración-pregón, que toda palabra hecha carne es palabra a Dios que de Dios y hombre viene, cargada de sentido y sentimiento. Y las palabras sobre la cruz y la luz, camino de fe de la Iglesia, son siempre aliento, esperanza en la tribulación y en el desconcierto.

Un pregón singular, apreciado porque no fue largo en el tiempo, pero que llenó el espacio público de una fe que ahora no brilla en ese escenario. Un pregón en el que, con cadencia galaica, rezó a Dios, al Dios de la cruz. Allí, “para hablar del Jesús que anduvo sobre las aguas, el que expulsó a los mercaderes del templo, el que pedía a los niños que se acerquen a él, el que advirtió que el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”.  A Dios, para que “no falte la esperanza y la ilusión en el progreso, en el empleo estable y en un crecimiento que ampare por igual a todas las familias”.

Deseó que estos días constituyan “una oportunidad” para “no olvidarnos” de Dios, sino muy al contrario, “para recordarte”. “Pero Señor, aunque nosotros nos olvidemos de ti, por favor Señor, tú nunca te olvides de Santander”, ha dicho. 


 
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