La pastoral de los obispos vascos

La carta pastoral de Cuaresma-Pascua de los obispos de Pamplona y el País Vasco se ha convertido en uno de los textos de referencia para los cristianos de ese territorio. Atrás quedaron los tiempos en que esta carta atraía la atención de los titulares periodísticos dado que, con frecuencia, estaba cargada de una dimensión social que solía tocar la fibra sensible de las sociedad política y económica.

Ahora, la Carta, en este período litúrgico de 2015, aborda el leit motiv del pontificado del Papa Francisco,  la misericordia entrañable. Dividida en cuatro capítulos, dedicados a “Dios rico en misericordia”, “La Iglesia en conversión pastoral y en salida”, “Ámbitos necesitados de misericordia” y “Testigos y misioneros”, el texto no ha ocupado mayoritariamente la atención de los medios. ¿Acaso porque esta cuestión no interesa al gran público? ¿Acaso porque en la relación entre misericordia y reconciliación no se citen las siglas, que son los nombres de los partidos?

Los obispos parten del hecho de que la misericordia tiene un valor central “no sólo para una evangelización renovada, sino también para un ordenamiento digno y justo de la vida social”. Por cierto, antes se decía Nueva Evangelización, ahora es Evangelización renovada.

El texto, que contiene una precisa fundamentación teológica, se adentra pronto en la Iglesia, como hospital de campaña y constata que “los primeros pacientes que han sido tratados en este hospital de campaña hemos sido nosotros. Dios no ha “primereado””.

Quizá, dentro de la riqueza de esta Carta Pastoral, ocupen un lugar primero en el interés públicos las referencias referido al contexto histórico por el que atraviesa el País Vasco, a lo que dicen los obispos sobre la convivencia social herida por la huella de la violencia terrorista.

Los obispos sostienen la exigencia “de escuchar a las víctimas, ofrecerles el consuelo de Dios, la acogida, el acompañamiento y la ayuda necesaria”. Y se refieren también a los causantes de la muerte y del dolor, invitándoles “a reconocer y a reparar el daño causado” y “a abordar la sanación de las secuelas físicas, psíquicas, espirituales y sociales que la violencia ha generado”.

Reconocen los obispos que el perdón es una gracia que no se puede imponer ni exigir, pero señalan como referente algunos testimonios de perdón y reconciliación heroicos, que son una esperanza para esta sociedad.    

 
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