El Papa Francisco y el surf

Llega del Papa al Campo da Graça. Foto: Duarte Nunes.
Llega del Papa al Campo da Graça. Foto: Duarte Nunes.

No se trata, ni mucho menos, de darle la razón al Papa, que por cierto no lo necesita, por el hecho de ser el Papa y porque en todo lo que diga tenga siempre razón, salvando claro las declaraciones magisteriales referidas a la fe y a las costumbres.

Lo que nos ocupa es pensar que el Papa en Portugal, en la JMJ, ha dado la impresión de tener ganas de hacer una serie de afirmaciones, de decir las verdades no del barquero, sino de quien lleva el timón de la barca de la Iglesia. Perspectiva ésta a la que me han sonado algunos de sus discursos.

Que esto ocurre en todos los viajes, en todas las JMJ, es cierto. El Papa dice lo que dice y lo dice con ganas. Pero en esta ocasión, quizá por el contexto general de la Iglesia, quizá por lo que significa el encuentro con los jóvenes,-y no seré yo quien diga que es la última JMJ del Papa Francisco, ni mucho menos-, sus palabras han sonado de otra manera. Puede ser también porque el español ha sido su idioma en esta ocasión.

Pongamos algunos ejemplos, en un viaje en el que ha tenido once intervenciones, nueve discursos y dos homilías. Lo que comenzó diciendo sobre Europa, síntesis de su magisterio al respecto, dicho ahora de una forma bella, poética.

Una Europa reseca en la que, según el Papa, “el progreso parece ser una cuestión de avances técnicos y de comodidades individuales, mientras que el futuro exige contrarrestar la disminución de la natalidad y el declive de las ganas de vivir. La buena política puede hacer mucho en este sentido, puede ser generadora de esperanza. No está llamada a detentar el poder, sino a dar a la gente la posibilidad de esperar”.

O cuando habló del cansancio en la Iglesia, en las Iglesias de vieja tradición, asediadas por la secularización y las formas de vida plurales que, en no pocas ocasiones, se perciben como una amenaza. Con ese reconocimiento de que “lo que vivimos es ciertamente un tiempo difícil, lo sabemos, pero el Señor hoy pregunta a esta Iglesia: “¿Quieres bajar de la barca y hundirte en la desilusión, o dejarme subir y permitir que sea una vez más la novedad de mi Palabra la que lleve el timón? A ti, sacerdote, consagrado, consagrada, obispo: ¿te conformas sólo con el pasado que tienes detrás o te atreves a echar nuevamente con entusiasmo las redes para la pesca?”. Esto es lo que nos pide el Señor: que reavivemos la inquietud por el Evangelio”.

Los síntomas están claros. “Cuando estamos desanimados, -señaló el Papa-, conscientes o no del todo conscientes, nos "jubilamos", nos "jubilamos" del celo apostólico, lo vamos perdiendo, y nos transformamos en "funcionarios de lo sagrado". Es muy triste cuando una persona que ha consagrado su vida a Dios se transforma en "funcionario", en mero administrador de las cosas. Es muy triste”.

¿Está la Iglesia en una etapa de pesimismo existencial? ¿Está tomando las medidas oportunas para salir de esa situación? “Es necesario, insistió el Papa, dejar la orilla de las desilusiones y del inmovilismo, tomar distancia de esa tristeza dulzona y de ese cinismo irónico que tantas veces nos asaltan frente a las dificultades”. Tristeza dulzona, cinismo irónico. 

Pues los consejos que da el Papa para salir de esa situación son el abc de la vida cristiana. Pocos experimentos, se podría decir.

 

Primero, “sólo ante el Señor se recuperan el gusto y la pasión por la evangelización. Y curiosamente, la oración de adoración la hemos perdido; y todos, sacerdotes, obispos, consagradas, consagrados, tienen que recuperarla, ese estar en silencio delante del Señor”.

Segundo, llevar todos juntos la barca, a pastoral. Todos, sin aduanas. “Si no hay diálogo, apunta el Papa, si no hay corresponsabilidad, si no hay participación, la Iglesia envejece. Quisiera decirlo así: jamás un obispo sin su presbiterio y el Pueblo de Dios; jamás un sacerdote sin sus compañeros; y todos unidos como Iglesia —sacerdotes, religiosas, religiosos y fieles laicos—, nunca sin los otros, nunca sin el mundo”.

Y por último, el apostolado, que no el proselitismo. Ser pescadores de hombres. “Pescar personas, apuntó el Papa, y sacarlas del agua significa ayudarlas a salir del abismo donde se habían hundido, salvarlas del mal que amenaza con ahogarlas, resucitarlas de toda forma de muerte”.

Entiendo que el Papa no ha hecho surf en su vida. Hubiera sido magnífico. El surf es una experiencia única, se lo aseguro. Por eso, “como los jóvenes que vienen aquí de todo el mundo para desafiar las olas gigantes, también nosotros vayamos mar adentro sin miedo”.

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