El País, la ACdP, NEOS y la dichosa batalla cultural

Julián Marías
Julián Marías

El pasado domingo, día 4 de agosto, para comenzar bien el mes de general descanso, el diario “El País” se lanzó una doble página titulada “Los soldados españoles de la batalla cultural”. Se nota que ya no hay muchos temas de los que escribir. 

En una pieza con algunas fuentes, digamos, curiosas, mezclaba por un lado el mundo VOX, con el mundo liberal –el Juan de Mariana y el Club de los Viernes- y el mundo católico, señalando expresamente a la ACdP, a CEFAS, a NEOS, y cómo no, a Hazte Oír, el perejil de todas las salsas. 

Como supongo que habrá muchos lectores –incluido algún eclesiástico bajo y alto- que se crean lo que dice este reportaje de “El País”, forzado en su pertinencia y en su argumentación, entre otras razones porque podría haber profundizado un poco más en la historia del concepto “batalla cultural”, quisiera apuntar alguna cuestión. 

Al margen de la dimensión paulina de la batalla espiritual, que es natural en un cristiano –me remito al capítulo de monseñor Luis Argüello en el libro sobre la batalla cultural editado en CEU ediciones-, es innegable que la propuesta cristiana no puede obviar la necesidad de crear cultura. 

Una fe que no hace cultura, no es fe. No hace falta que cite a Pablo VI sobre lo que decía que era el drama de nuestro tiempo, ni a Juan Pablo II, ni al papa Francisco. 

Por lo tanto, la dimensión cultural está inserta en la propia dinámica del Evangelio, por un lado, desde la perspectiva del tiempo, la dimensión histórica, lo característico de lo humano. Y también desde el punto de vista de la dimensión de la gracia, el don, lo gratuito, lo dado, que perfecciona la naturaleza. 

Un cristiano no se puede negar a ser creador de cultura, a ser generador de una cultura que tiene como motivo a la persona, y que contribuye decisivamente al proceso de personalización de las realidades humanas y sociales, incluso las políticas, porque la fe no es sin la dimensión relacional. Es más, la vitalidad de la fe radica también en la capacidad de generar cultura. 

Por lo tanto, las instituciones católicas anteriormente referidas no pueden no empeñarse, desde lo específico de su naturaleza y su fin, a generar cultura en los ámbitos en los que hoy se configuran esos espacios. ¿O acaso las instituciones que se dedican a la educación no están haciendo cultura? 

Otra cuestión es la forma, los métodos, las maneras a través de las cuales se desarrollan esos procesos. No soy partidario de entender que la actual presencia elocuente se deba plantear desde la mentalidad implícita de la guerra, de la batalla. Mucho menos desde la amenaza o la persecución.  

 

Apostaría más por la categoría encuentro, un encuentro para el que el primer principio es la voluntad de encontrarse. Voluntad que no existe en determinados actores sociales, políticos y culturales. Convendría ser conscientes de que, como decía Julián Marías, no hay que gastar mucho tiempo en intentar convencer a quienes no quieren ser convencidos.    

Hablando de Julián Marías. Cuando decía lo que decía sobre el aborto, por ejemplo, ¿estaba o no estaba participando en la batalla cultural? 

Que determinadas instituciones de Iglesia apuesten a fondo por generar cultura no es más que una consecuencia lógica de su misión. ¿Es esto política de partidos? No. Es política en cuanto que lo humano social es político por sí mismo. Entendida además la política como un servicio. 

Tampoco debemos ser ingenuos y considerar que no existen quienes, por razones quizá múltiples, tienen un proyecto de configuración de la sociedad, de la persona, antropológico, incompatible con la propuesta del Evangelio desde la tradición católica. 

Parece que quienes están obsesionados con la batalla cultural son los que no quieren ceder ni un ápice de esa hegemonía que han implantado o patrimonializado. 

Sería importante que se entendiera que plantear socialmente una serie de cuestiones de actualidad e interés, hacer campañas publicitarias, romper con la espiral del silencio sobre determinados temas, apostar por una pretensión pública de propuesta de verdad, no es lanzar ni una piedra, ni un dardo, ni disparar en ninguna batalla. 

Simplemente es ser coherente con tu fe y ejercer el derecho básico como ciudadano a participar en el diálogo público, en la esfera de lo común decisorio. Máxime cuando hay tanto en juego. 

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