La osadía asiática del Papa Francisco

La visita apostólica del Papa Francisco a Corea del sur bien pudiera convertirse en una nueva exhortación apostólica cargada de geoestrategia evangelizadora.

Si san Juan Pablo II acarició el sueño de rezar en la plaza roja de Moscú, el Papa Francisco contempla la osadía de entrar un día en Pekín, acompañado de cientos de fieles cristianos signados con la sangre de los mártires. El futuro del cristianismo pasa por el imperio del sol naciente. El Sol invictus en el sol naciente de un continente en el que la fe crece exponencialmente.

            Es muy significativo que algunos medios, a la hora de encontrase con los misioneros de aquellas tierras, se hayan topado con sacerdotes del Camino Neocatecumenal. El diario “La Vanguardia”, por ejemplo, recogía las declaraciones de Gianpiero Cianfeoni, que llegó a  ese país en 1980. Confesaba el sacerdote italiano que “los surcoreanos son una sociedad pragmática. Es un pueblo muy religioso. Es difícil encontrar un ateo aquí. Frente a la verdad del Evangelio, no ofrece resistencias, mientras que Europa hay un rechazo, una prevención”.

            El Papa Francisco predica no solo con la palabra, sino con su forma de estar presente en cada uno de los sitios a los que se acerca. Una forma paralela y elocuente de seguir periodísticamente este viaje del Papa Francisco ha sido analizar el viaje en imágenes con las fotografías ofrecidas por las agencias internacionales. De por sí, las instantáneas de la visita representan una forma de presencia del Evangelio.

El Papa, rodeado por jóvenes, identificado con esa espontánea sonrisa que es ejemplo de trasparencia evangeliza; el Papa, que, en medio de un acto protocolario, es capaz de ofrecer una perspectiva humana, de cercanía, que rompe con el hieratismo de la lógica protocolaria; el Papa, que acaricia a los enfermos y a los desahuciados de este mundo, como si esa fuera ésta su misión cotidiana. En este sentido, la forma de presencia del Papa conecta con la cultura asiática cargada de pequeños gestos elocuentes henchidos de simbolismo.

Sus discursos se caracterizan por la insistencia en lo fundamental cristiano, en esa forma de vivencia ilusionante del Evangelio a la medida de cada uno de los fieles. Si es riguroso con los obispos, exigente con los sacerdotes y religiosos, y entusiasmante con los jóvenes apóstoles de Asia, lo es porque su radical encuentro con Cristo es la fuerza que alienta su vida y hace superar cada uno de sus cansancios, que lo son los de una historia compleja que está necesitada de la reconfortante esperanza de un Evangelio que trasciende las fronteras. De ahí que cuando habla de la paz, no lo hace con discursos cargados de intereses políticos, sino de divina esperanza. El realismo cristiano es, sin duda, la condición de un mundo habitable.

 

 

 

 

                                               José Francisco Serrano Oceja

 



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