Los obispos gallegos y el ABC democrático

La Ofrenda del Antiguo Reino de Galicia a Jesús Sacramentado ha servido para que se destape la caja de los truenos. Anticipo de lo que puede ocurrir en un futuro en múltiples lugares.

Los nuevos alcaldes del eje de izquierda radical se han negado a asistir a un acto que está en las entrañas de Galicia, de la Galicia más profunda, de la Galicia más real.

Como monseñor Julián Barrio es de formación filosófica, en su homilía, en una catedral de Lugo abarrotada, señaló que “la indiferencia religiosa, el olvido de Dios, la ligereza con que se cuestiona su existencia, la despreocupación por las cuestiones fundamentales sobre el origen y destino transcendente del ser humano no dejan de tener influencia en el talante personal y en el comportamiento moral y social del individuo… Ciertamente el hombre puede organizar la tierra sin Dios, pero al fin y al cabo, sin Dios no puede menos que organizarla contra el hombre”.

Quizá lo interesante del caso sea no solo empezar a tomar nota de cómo actúan algunos alcaldes radicales, sino el Comunicado conjunto de los obispos de Galicia. Un texto ejemplar en su argumentación, de sólida factura y fina comprensión de las raíces del problema causado por quienes, además, solicitaron que no se volviera a realizar.

Dicen los obispos de Galicia que “se ha generado un debate sobre la legitimidad de esta tradición en una sociedad democrática en nombre de la “laicidad” del Estado, tal como la entienden algunos grupos o partidos políticos.

La objeción no afecta sólo al sentido de este gesto concreto, tan significativo en nuestra tierra, sino que se refiere a la relación entre nuestras instituciones políticas y la vida de una sociedad libre, de la que forma parte y es también expresión la Iglesia. Por ello, parece muy conveniente tomar en consideración con calma estos argumentos, en primer lugar para intentar comprender mejor el sentido de este gesto que se celebra en Lugo, y luego para evitar extraer conclusiones que podrían ser erróneas”.

Y de ahí, los obispos comienzan a definir conceptos y a explicar su significado. Es decir, un ejercicio notable de pedagogía del ABC de la democracia.

Escriben los obispos, y perdonen los lectores los largos párrafos:

“La “laicidad” del Estado significa que éste, en sus responsables e instituciones, no hace propia ninguna ideología (ateísmo, por ejemplo) o religión ni, por tanto, las impone a la sociedad; sino que, al contrario, afirma el respeto y la promoción de la libertad y de los derechos de los ciudadanos, tanto en su vida individual como comunitaria.

 

Por tanto, la “laicidad” del Estado respeta y promueve la variedad de convicciones existentes en la sociedad. Ésta, por definición, no será nunca “laica”; pues las personas no pueden ser neutras, carentes de alguna forma de comprensión del mundo, de convicciones creyentes, ideológicas o religiosas.

En otros términos, las instituciones del Estado, que no profesan una fe determinada, se saben en cambio al servicio de una sociedad que siempre profesa alguna. Esto fue bien expresado en el art. 16 de nuestra Constitución, que defiende la libertad de todos afirmando la no confesionalidad del Estado e, igualmente, comprende el valor de la relación con una parte tan significativa en nuestra sociedad como es la Iglesia católica.

La “laicidad” del Estado sería destruida, sin embargo, si se intentase hacer de las instituciones políticas instrumento para la imposición de la propia ideología o religión a la sociedad, al pueblo al que se ha de servir.

(…)

La “laicidad” del Estado no puede consistir en negar la relevancia pública de este gesto tan propio de Galicia, sólo por el hecho de su forma cristiana. No corresponde al Estado excluir a los cristianos y a sus celebraciones del ámbito público y reducirlos a lo privado.

En efecto, la Ofrenda no es una parte de la “vida de las instituciones políticas”, sino de la vida pública de nuestra sociedad, sin duda mucho más amplia que la puramente política. Por ello, esta Ofrenda podría no celebrarse, si perdiese su humus vital en la sociedad gallega. Pero hoy día, sin embargo, la Ofrenda del Antiguo Reino de Galicia es un gesto cargado de significado; sigue viva, como la tradición cristiana en Galicia.

El representante político no acude a un acto semejante como persona privada, para expresar sus convicciones ideológicas personales, sino en su específica función pública, precisamente a causa de la “laicidad” de las instituciones, que reconocen el valor de un gesto tan expresivo de la vida de nuestro pueblo”.

Ahí queda esto…


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