De obispos y afirmaciones doctrinales

Georg Bätzing, presidente de la Conferencia Episcopal Alemana.
Georg Bätzing, presidente de la Conferencia Episcopal Alemana.

Soy un convencido de que, de los graves problemas que tiene la Iglesia católica en estos momentos, el de Alemania no es el menor, ni mucho menos. La pérdida del pulso apostólico, lo avanzado de la secularización, las idiosincrasias hispanas, la búsqueda de una forma de presencia fecunda en las sociedades plurales, los efectos de la guerra en la que estamos inmersos, o de los múltiples pedazos de guerra, son cuestiones graves que  afectan a la conciencia cristiana.

Pero respecto al futuro de la Iglesia, como catalizador de procesos históricos convergentes, lo que está ocurriendo en Alemania puede llevarnos a donde no queremos.

Es grave que el presidente de la Conferencia Episcopal alemana sugiera al Papa que debe acepar la renuncia al cardenal Woelki, de Colonia, que, por cierto, ha sido ejemplar en el caso de la pederastia. También lo es la dinámica del Sínodo alemán, desde varios aspectos, contenidos, conclusiones, procesos, etc.

Pero hay un síntoma emergente más preocupante y de mayor gravedad, si cabe, que el de la política intraeclesial: las declaraciones sobre cuestiones doctrinales de algunos obispos, alemanes, centroeuropeos, y americanos, que bordean los límites, incluso los traspasan, de la enseñanza auténtica de la Iglesia.

Y digo auténtica porque según el Concilio Vaticano II, que no el de Trento, el obispo propone a sus fieles una enseñanza auténtica, es decir, nomine Christi prolatam, no en nombre propio, dotada de la autoridad de Cristo. De ahí su fuerza vinculante.

“Los Obispos, cuando enseñan en comunión con el Romano Pontífice, deben ser respetados por todos como los testigos de la verdad divina y católica; los fieles, por su parte, tienen obligación de aceptar y adherirse con religioso obsequio del espíritu al parecer del Obispo en materias de fe y de costumbres cunado él la expone en nombre de Cristo” (LG 25).

Que si las relaciones homosexuales no afectan a la relación con Dios, es decir, que Dios y la doctrina cristiana nada tienen que decir, dado que lo mismo da que un hombre viva y cohabite con un hombre que con una mujer de cara a Dios; que si esperan con ansiedad el sacerdocio de la mujer; que si no es necesario el bautismo para salvarse y por tanto la evangelización debe dejar de obsesionarse con las conversiones y los bautismos; que si los dogmas esclavizan y hay que ser libres para quitárnoslos de encima... También, por cierto, hemos oído que si Cristo era un laico y que su muerte no fue un sacrificio.

Y para colmo de sí sé qué un mitrado venía a decir no hace mucho que ir a una sesión con el psiquiatra es como si te confesaras. No sé qué experiencia puede tener de esa forma cuasi-sacramental a lo Boff ese autor. Al menos, señor obispo, la confesión es gratis.

Es cierto que los casos de obispos que pueden llegar a escandalizar a los píos oídos de los fieles son escasos. Pero no son menores.

 

Sin entrar en teologías, es decir, en nivel de cualificación de las afirmaciones doctrinales, etc.  que hemos leído, cabría pensar que si se generaliza este fenómeno, más allá de que atente contra el munus docendi, el juramento de fidelidad al magisterio y a la doctrina de la Iglesia, su promesa de ser maestros de la doctrina auténtica, contenida en el magisterio y avalada por la tradición, se produciría el efecto de que el magisterio ordinario de los obispos, la doctrina de la Iglesia de la que no son dueños, se convertiría en una opinión teológica más y se colocaría al nivel del resto de opiniones teológicas.

Si quien tiene la función de preservar el depósito doctrinal, de hacerlo fecundo, de airearlo, se dedica a ponerlo en rebajas, convierte el relato de la identidad en titulares de periódicos, en expresiones del régimen de la opinión. Así entramos en una dinámica perversa que nos retrotrae a los peores momentos de confusión de la historia reciente o de la historia lejana. Prefiero no recordar la crisis arriana.

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