Un nuevo capítulo de la historia

No pudo el cardenal Rouco contener la emoción, en la misa de despedida de sus veinte años de ministerio episcopal en la Archidiócesis de Madrid, cuando se acercó a los pies del altar de La Almudena. 

Allí, bajo ese manto de piedad que cubre el viejo y querido Madrid, el cardenal entonó el himno por última vez como arzobispo titular, ese himno popular que hace las delicias de los niños espirituales, ese himno que se te mete en las entrañas marianas de la devoción de los españoles, ese himno sencillo, de fácil letra y de más fácil música como es la relación con nuestra madre. Y al entonar el himno, con el órgano restaurado de una catedral que da la impresión de que siempre le falta algo, quizá el tiempo, el cardenal Rouco contuvo a duras penas las lágrimas. Y no era para menos. 

El primer templo de Madrid se había llenado de fieles, de sacerdotes, muchos jóvenes, muchas religiosas con hábitos, con notables presencias y no menos ausencias, que querían despedir a su cardenal. Aparentemente, era una despedida más de las varias que se han celebrado por las vicarías. No lo fue como tal. 

Porque de lo que se llenó la catedral fue de agradecimiento hacia un hombre, un sacerdote de cuerpo entero, al fin y al cabo, que se ha dedicado, en estos últimos veinte años de su vida, a patearse las calles del viejo, y del nuevo, Madrid, a pisar el barro de sus barrios, y a meterse hasta las honduras de ese alma universal de una ciudad que no deja de ser tradicional siendo cosmopolita. 

Muy cerca de don Antonio, sus dos auxiliares de la primera y de la última hora, monseñor Fidel Herráez y monseñor César Franco. Don Fidel le hizo entrega al cardenal Rouco de un cáliz y de una patena, símbolo de lo que el cardenal se lleva, la memoria del ejercicio de un ministerio que ha estado marcado por ese carácter pastoral de una Iglesia que, en cierta medida, ha moldeado al son de los pontificados.

En la homilía, el cardenal Rouco habló de lo de siempre, que, en cierta media, es lo del Evangelio, de la centralidad del encuentro con Cristo en la Iglesia, de la historia pasada y presente, de la mirada de la Iglesia, en particular hacia los más pobres, y de la comunidad cristiana en Madrid, que es el lugar en donde se mira la Iglesia en España, espejo de tantos deseos.  Y pidió al Señor de la Historia sabiduría para la Iglesia en Madrid y para su nuevo pastor, Carlos Osoro.  

Tiempo habrá para hacer balance del pontificado del cardenal Rouco Varela. Pero lo que no se puede negar, y la misa de despedida de al catedral de La Almudena dio fe de ello, es que el cardenal Rouco ha marcado a varias generaciones de católicos de Madrid con una forma de ejercicio del ministerio que ha tenido como efecto que la confesión de fe, pública, no sea percibida como una reliquia de otros tiempos. 

Cuando el cardenal regrese a Madrid, una vez haya tomado posesión el nuevo arzobispo, de una larga estancia en Roma para tomar posesión de su nueva forma de vida, nuevo hogar y quehaceres domésticos, la Iglesia en Madrid habrá estrenado un “nuevo capítulo de su historia”. Dios nunca abandona a su pueblo…

José Francisco Serrano Oceja

 



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