Los niños del P. Camiñas

Un grupo de Niños del P. Camiñas, ahora abuelos, develaron el busto en la Ermita de la Caridad de Miami en homenaje al fraile franciscano que ayudó a más de 4.000 menores cubanos que viajaron sin sus padres a España, en las décadas de los años 60 y 70.

El pasado domingo me tocaba una misa de esas que podía llamar rápidas. Por lo tanto, a la Basílica de San Francisco el Grande a mediodía. Que allí las misas son rezadas, como diría un clásico.

Cuando llegué en medio del “turisteo” dominical me di cuenta de que los primeros bancos estaban ocupados por un grupo numeroso de personas, de origen hispano, con camisas azules todas iguales.

Comenzó la misa y me sorprendió que no fuera ninguno de los habituales franciscanos de la comunidad quien la presidiera. El acento inicial me dio una clave, cubano, seguro que el sacerdote es cubano.

Efectivamente, allí estaban “Los niños del P. Camiñas”.

¿Qué historia es ésa? Quizá una historia desconocida para el gran público, de la que incluso no hay en Internet muchas referencias.

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De los años 1966 a 1974, más de cuatro mil niños cubanos llegaron a España camino de Estados Unidos. Fue una época en la que el régimen cubano había fortalecido su control sobre el pueblo. Algo más de cuatro mil, sí, cuatro mil. Eran enviados por su padres o familiares para escapar de la dictadura, para encontrase, en algunos casos, con sus padres y familiares en EEUU, para conquistar esa deseada tierra de libertad.

Quien les recibía en Madrid, les acompañaba, les organizaba la estancia en diversos albergues, El Escorial [Albergue Juvenil Santa María del Buen Aire], Navacerrada y Casa de Campo, era el franciscano padre Antonio Camiñas, un religioso que dio su vida por esos niños.

El P. Camiñas, fallecido en 1985, durante la estancia de los niños en España, mientras conseguía el dinero y los papeles para el viaje definitivo a Estados Unidos, era su padre, su madre, su maestro, su confesor, su catequista, su enfermero. Lo era todo.

El P. Camiñas se movía como pez en el agua por las instituciones oficiales del momento y por las instituciones de caridad para conseguir lo necesario para que esos niños vivieran dignamente en su parada y fonda madrileña, en su exilio temporal, en ese tránsito de vida.

Los niños eran todos menores de 15 años, edad en la que se prohibía a los jóvenes salir de Cuba dado que a partir de ahí entraban en el servicio militar. La Provincia Franciscana de entonces también aportó lo suyo.

Hoy esos niños ya hombres han creado una organización de ayuda a niños en Haití como forma de agradecer lo que el P. Camiñas hizo por ellos.

Pero la clave de esta historia es que ese grupo representativo de los niños del P. Camiñas se había venido de Estados Unidos ex profeso para dar las gracias a la Comunidad de los Franciscanos en la que vivió el franciscano.

Había que escucharles, al término de la misa, conjugar el verbo agradecer en primera persona; agradecimiento a Dios, al P. Camiñas, a la madre patria de España, a la cultura que recibieron aquí en su más que corta estancia.  

Los testimonios de esos niños, ahora hombres, publicados en “El Diario de las Américas” recientemente son estremecedores.

La verdad es que no he podido conseguir muchos más datos del franciscano P. Antonio Camiñas. Lo que tenía claro es que el P. Camiñas se merecía unas letras en las que quedara constancia, una vez más, de su entrega de vida a favor de esos niños.